jueves, 30 de agosto de 2018

EL COMBATE AJEDRECÍSTICO DE SANTA CASILDA


Colgado de un barranco se yergue el impresionante santuario de Santa Casilda, en la Bureba burgalesa. Lugar milagroso desde que la santa que le da nombre recuperara allí la salud, es el lugar elegido por Luis Martín Santos (1921-1988) —no confundir con Luis Martín-Santos, el autor de Tiempo de silencio— para ambientar su novela de 1980 El combate de santa Casilda.

En pleno siglo XVIII, mientras la fe y la razón están disputando una sangrienta batalla, en el castellano santuario de santa Casilda se presenta René, un médico francés partidario de la ciencia y el progreso, a retar a Hilario, un ermitaño taumaturgo y milagrero, a una partida de ajedrez que dirima de una vez por todas de qué lado está la verdad.
Sentados en la losa, el trujimán divino y el representante de la ciencia estaban separados solo por el paño y las treinta y dos piezas del ajedrez. El oscuro rey negro, reflexivo, lento en su alto coturno, frente al rey de Hilario, con la palidez de un teólogo de Trento. La reina morena, voraz, ligera, como el dragón de la vida y la muerte, y la reina blanca, alferez y vírgen, llevando un estandarte acuchillado. Los dos alfiles negros, imaginativos, penetrantes, ante los blancos, oblicuos y astutos como dos Ulises de pálida espuma mediterránea. Cuatro caballos, dos con pezuñas de azabache y arnés de cordobán, y dos con gualdrapas blancas de condottiero papal, van a lanzarse al centro del combate, saltando por encima de las huestes, para volver rápidos junto a su rey. Y las torres, máquinas de guerra que se lanzan ciegamente contra el espesor del enemigo. Y los peones, codo con codo, dispuestos a entregarse los primeros, sobrios, humildes; unos, tórridos, otros, nieve.
Ambos convocan lo mejor de sus armas, himnos, jaculatorias y exorcismos por parte de Hilario; el conocimiento por parte de René. Sin embargo, otros mecanismos se activan y —«pues misión es de la iglesia corregir los fallos cometidos por la providencia»— cuando la posición de la partida se vuelve desesperada para Hilario, estos mecanismos entran en juego. 

El ajedrez es el escenario donde se enfrentan la ciencia y la razón, por un lado, frente a la superstición y la fe, por el otro. La victoria en el tablero de René será pírrica. La turba, excitada por los predicadores, le dará muerte. Tampoco Hilario saldrá indemne. Su incapacidad de hacer un milagro que enmendara el rumbo de la partida frente al médico francés, merma definitivamente su credibilidad de curandero. También morirá allí mismo.

No se apene el lector pensando que le he destripado la novela, aunque lo haya hecho, porque este libro es de los que no es tan importante lo que se dice como la forma en que se dice. La riqueza de los personajes, la riqueza de implicaciones —lo que he contado es solo un pálido reflejo de lo que contiene el libro— y sobre todo la riqueza del lenguaje con que está escrito hacen muy recomendable su lectura.

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