La casa británica Schokolat, especializada en fabricar dulces esculturas de chocolate hechas a mano, tiene en su catálogo este espectacular caballo de chocolate.
¡Para darse un festín!
Bajo este título, tomado de la revista que Javier Carpintero editó a mediados de la década de los 90, pretendo comentar las relaciones que el ajedrez ha mantenido y mantiene con la literatura y las artes plásticas.
Ilustración Pepa Acosta |
Además de todo lo que hasta aquí he dicho, quiso la reina, para mayor ostentación, mostrar la grandeza y la abundancia del universo en toda clase de excelentes y rarísimas magnificencias, así que, estando todos sentados en nuestros sitios, después de la maravilla del suntuoso banquete, ordenó sin tardanza un juego admirable, digno no solo de verse sino de recordarse eternamente, que además fue un hermoso baile, con el siguiente modo y procedimiento: por la puerta de las cortinas entraron treinta y dos muchachitas, de las que dieciséis estaban vestidas de tejido de oro —ocho de ellas iguales—; a una de las vestidas de oro le fue puesto un manto real y a otra un vestido de reina y estaban acompañadas de dos capitanes de fortaleza, dos muditos o secretarios y dos caballeros. Las otras estaban vestidas de plata y llevaban la misma jefatura. Todas se dispusieron según su oficio, colocándose sobre los cuadrados del pavimento; es decir las dieciséis vestidas de oro en una parte y las dieciséis de plata en la opuesta. Las muchachas músicas empezaron a tocar con consonancia suavísima y entonada melodía tres instrumentos de osada invención y que armonizaban perfectamente. Al tiempo medido por el sonido y según ordenaba el rey, se movían en sus cuadrados las ágiles y saltarinas bailarinas. Haciendo reverencia al rey y a la reina, saltaban con graciosísimas vueltas sobre el otro cuadrado, realizando una agradable inclinación. Cuando la música comenzó de nuevo, el rey de plata mandó a la que estaba delante de la reina que se pusiera enfrente de aquella. Esta, avanzando con los mismo gestos de respeto, hizo el movimiento y se detuvo. Por este orden, según la medida del tiempo musical, se cambiaban así de lugar o bien, permaneciendo en su cuadrado continuamente, bailaban hasta que, tomadas o arrojadas, salían, siempre por mandato del rey. Las ocho que estaban vestidas igual, invertían cada tiempo del sonido en trasladarse a otro cuadrado; no podían retroceder sino por haber saltado inmunes sobre la línea de los cuadrados donde residía el rey, ni avanzar más que diagonalmente.
Un secretario y un caballero atravesaban en cada tiempo tres cuadrados, el secretario diagonalmente, el caballero dos en línea recta y uno transversal, y podían trasladarse por todos los lados. Los custodios de la fortaleza podían traspasar muchos cuadrados en línea recta y libremente, es decir, en un tiempo podían desplazarse tres, cuatro o cinco cuadrados, guardando la medida y apretando el paso. El rey podía situarse sobre cualquier cuadrado no ocupado o indefenso y le estaban vedados los cuadros a los que otros pudieran saltar y, si lo hacía, debía ceder, precediendo una advertencia. La reina, por el contrario, podía moverse por cualquier cuadrado del color donde primero se asentó, aunque lo mejor es que permaneciera siempre al lado de su marido.
Cada vez que los oficiales de uno u otro rey encontraban a uno del contrario sin custodia ni protección le hacían prisionero y, besándose ambas muchachas, el vencido salía fuera. Siguiendo estas reglas, hicieron al mismo tiempo un notabilísimo juego y un elegante baile, danzando y jugando festivamente según la medida del sonido con alegría, solaz y aplauso, quedando vencedora la plata. Esta solemne fiesta duró, entre los encuentros huidas y defensas, una hora, y fueron tan armoniosas las evoluciones, reverencias, pausas y modestas inclinaciones, que me invadió tal deleite que pensé, no sin motivos, que había sido llevado a las supremas delicias e inaudita felicidad del Olimpo.
Terminado el primer juego en forma de baile, todas volvieron a su correspondiente cuadrado; y, vueltas a sus lugares ordenadamente, hicieron lo mismo que la primera vez, pero las que tocaban los instrumentos aceleraban el ritmo, de modo que los movimientos y gestos de los bailarines-jugadores eran más rápidos, aunque observaban el tiempo del sonido de un modo tan hábil y con tan apropiada gesticulación y arte, que no cabía pedir más.
Cuando todos estuvieron distribuidos de nuevo en sus lugares correspondientes para el tercer baile, los músicos apresuraron aún más la medida del tiempo, con un tono y modo frigio tan excitante como nunca supo inventar el propio Marsias de Frigia. En el primer movimiento, el rey vestido de oro hizo correrse a la jovencita que estaba delante de la reina sobre el tercer cuadrado. Por esta causa, comenzó inmediatamente una gran lucha, un torneo delicioso, a una velocidad cada vez mayor. Se inclinaban hasta el suelo, dando luego un salto repentino y dos revoluciones en el aire, una al contrario de la otra, y luego sin interrupción, puesto el pie derecho en el suelo, daban tres vueltas y después cambiaban de pie. Todo esto lo realizaban en un tiempo, tan hábilmente y con tanta agilidad y con profundas inclinaciones, compuestas vueltas, fáciles saltos y hermosos gestos, que nunca se pudo ver ni fue inventada cosa mejor. No se obstaculizaban entre sí, pero quien era apresado, tras haberle dado el raptor al instante un beso dulce como el mosto, salía del juego. Y cuanto menor número quedaba, tanto más graciosa habilidad había en el mutuo engaño. Este orden y modo tan dignos fueron observados por cada uno sin falta, tanto más cuanto mayor era la rapidez de la medida de las sabias y excelentes muchachas y músicas, e incitaba incluso a tales movimientos a todos los que estaban presentes, a causa de la armonía del sonido con el alma, sobre todo porque había aquí sumo y concordante consenso de la buena disposición de los cuerpos. Por esta razón, pensé cálidamente en el poder de Timoteo, habilísimo músico que con su canto había obligado al ejército del gran macedónico a tomar de nuevo las armas; y luego, bajando la voz y el tono, les había incitado a que, abandonándolas, desistieran todos. En este tercer juego triunfó gloriosamente la muchacha vestida de rey de oro.
Los juegos de azar, como los dados, cartas, tan impropios y nefastos, ni siquiera los conocen. No obstante, sí practican dos juegos que se parecen bastante al ajedrez: uno es un combate de números en que unos números atrapan a otros. En el segundo, virtudes y vicios entablan una dura batalla.
¿Hablas francés? No. Porque si lo hicieras sería más fácil para mí aprender inglés. Hice un curso pero, ¡joder!, es muy difícil. Quizá no tengo oído para los idiomas. Fíjate, también intenté aprender español pero me fue imposible. ¡Mierda! ¿No sabrás jugar al ajedrez?