miércoles, 29 de agosto de 2007

EL CABALLERO ZIFAR

La ilustración que precede a estas líneas corresponde a un manuscrito, conservado en la Biblioteca Nacional de Francia, que contiene una obra castellana del siglo XIV: El libro del Caballero Zifar. Como suele ser habitual en obras de esta época, los especialistas debaten apasionadamente sobre sus fuentes: si es de inspiración carolingia, la llamada materia de Francia, o más bien caldea, es decir, árabe; sobre su intención: si es una obra de aventuras o doctrinal; sobre su autoría: si fue Ferrán Martínez u otro el escribidor; sobre su fecha de redacción: si a principio o mediados del siglo XIV.

Lo que parece estar claro para todos es que se trata del primer libro de caballerías, la primera novela, escrito en lengua castellana.

La historia está dividida en tres partes. Las aventuras del caballero Zifar y su proceso de ascenso social hasta llegar a convertirse en rey de Menton. Los consejos que, una vez entronizado, da a sus hijos sobre el arte de la caballería. Y, finalmente, las aventuras de su hijo Roboan y del proceso de ascenso social que le llevará a ser emperador de Trigida.

Es, pues, central el tema del mejoramiento social por méritos personales y las condiciones y virtudes que debía tener un caballero para aspirar a él. Entre otras cosas de mayor enjundia, el dominio del juego del ajedrez parece ser una de ellas.

En la Edad Media se pensaba, en lo tocante al desarrollo de los niños, que la herencia era más importante que las condiciones sociales en las que se vivía. Por ello, los hijos de Zifar, a pesar de haber perdido contacto con su familia desde niños y haber sido criados por unos burgueses, desarrollan todas las habilidades propias de un caballero:

Ca ellos bofordauan muy bien e lançauan, e ninguno non lo sabian mejor fazer que ellos, nin juego de tablas nin de axedres, nin de caçar con aues, eran muy bien razonados e retenian muy bien quequiera que les dixiesen, e sabian lo mejor repetir con mejores palabras e mas afeytadas.

Una vez que consigue ganar un reino y reunirse con su familia, Zifar acomete la instrucción de sus hijos:

E deuedes ser bien acostumbrados en alançar e en bofordar e en caçar e en jugar tablas e axadres, e en correr e luchar…

Por último, cuando Rodoban, siguiendo el ejemplo de su padre, parte para intentar mejorar su suerte, allí por donde va, destaca entre el resto de los caballeros:

E el que lo mejor fazia esto entrellos era el infante Roboan, quando lo omençaua; ca este era el mejor acostunbrado cavallero mançebo que ome en el mundo sopiese, ca era mucho apuesto en sy, e de muy buen donario e de muy buena palabra e de buen resçebir, e jugador de tablas e de axadres, e muy buen caçador de toda aue mejor que otro ome…

Así pues, el tópico ajedrecístico se desarrolla en un triple aspecto. El primero, cuando los hijos de Zifar están criándose en un ambiente que no es el que les toca por cuna, demuestran su nobleza en su desenvoltura en actividades propias de caballeros como la caza, la lucha y el ajedrez. En segundo lugar, y una vez reconocida su condición real, su padre les estimula a perseverar en el dominio de las mismas artes, ajedrez incluido. Y terminan, cuando Roboan es un joven caballero en busca de fortuna, mostrando que uno de los adornos de su condición es la destreza en estas artes.

Prestemos ahora atención a la miniatura en sí.

Evidentemente no se corresponde con ninguno de los pasajes reseñados del libro. Si nos atenemos al lugar en que está situada en el manuscrito, ilustra el momento en que Zifar, desde los muros de la villa de Galapia, donde ha acudido, como buen caballero, en socorro de la señora del lugar que está siendo hostigada por unos malos, está evaluando las fuerzas de la hueste con la que se ha de enfrentar.

Este hecho resalta la alta consideración que el hombre medieval tenía del juego como entretenimiento adecuado para los caballeros, ya que el miniaturista ha representado de forma muy destacada la escena ajedrecística en un momento crucial de la trama: justo cuando están a la espera para entrar en batalla.


FICHA TÉCNICA

Libro del Caballero Zifar. Edición de Cristina González. Cátedra. Madrid, 1998.

sábado, 4 de agosto de 2007

ELEMENTAL, QUERIDO WATSON

Es larga la tradición, tanto literaria como cinematográfica, que supone que los detectives son aficionados, cuando no expertos, en ajedrez. Entre todos destaca Philip Marlowe, de quien nos ocuparemos en un futuro próximo. No podía ser menos el gran Sherlock Holmes, cuya afición al ajedrez fue glosada por extenso por Raymond Smullyan. Aunque a veces la recreación de los escarceos ajedrecísticos de los detectives de ficción no es muy afortunada. Un ejemplo es “The Hound of Bakervilles” Hammer Films Productions, 1959. Dirigida por Terence Fisher y estrenada en España como “El perro de Baskerville”.

En ella encontramos la siguiente secuencia:

El Dr. Mortimer (Francis de Wolf, al que Arsenio Corsellas presta su voz en la versión castellana) acude al despacho de Sherlock Holmes (Peter Cushing, José Luis Sansalvador), el célebre 221b de Baker Street, para informar de un crimen que parece tener relación con una leyenda del pasado.

Mientras el Dr. Mortimer cuenta la terrible historia de la vida y muerte de Hugo de Baskerville (David Oxley, Isidro Sola) y de la maldición asociada a su familia desde entonces a Watson (André Morell, Felipe Peña) y Holmes, éste escucha, repantigado en su sillón, con una mano cubriéndole el rostro y sumido en profundas reflexiones, al lado de un tablero de ajedrez. Al terminar el discurso del Dr. Mortimer y ser requerida su opinión, Holmes, antes de contestar, abre un ojo, lanza un Eureka, se incorpora, juega Dc4 mate con ademanes más propios de un jugador de café que de un sesudo detective, se frota las manos y ríe satisfecho.

La cosa no es para tanto. Para empezar, el tablero está mal colocado. Desde la perspectiva de Holmes el cuadro negro queda a su derecha por lo que, o el genial detective compuso mal la disposición de los trebejos desde el principio o estaba jugando desde un lado del tablero. Pero, además, la posición que muestra la pantalla y que se reproduce en el siguiente diagrama

no da para tanta alharaca. El equilibrio material está inclinado de forma decisiva para el bando de las blancas, el que defiende Holmes, por no mencionar la insólita disposición de las piezas negras: el alfil en h1, el peón doblado en c2, el rey en b3. Además, el hecho de que Holmes no tenga rival sugiere que está jugando por correspondencia o resolviendo un problema o un estudio. En cualquier caso, causa sonrojo que un mate en una bastante simple cause tanta satisfacción en una persona que pasa por ser un gran lógico y un fino observador del mundo que le rodea.

Realmente, Terence Fisher, o sus ayudantes, no estuvieron finos en este tema.