Soldados jugando al ajedrez en un campamento francés, en una pausa de los combates, durante la Guerra de Crimea. En Crimea se enfrentaron, justo a mediados del siglo XIX, el Imperio Ruso, que estaba en franca expansión, contra el Imperio Otomano, que estaba en franca decadencia y tuvo que ser apoyado por el Imperio Francés y el Imperio Británico para evitar su colapso. Sin ser un imperio, el reino de Cerdeña también andaba por ahí, buscando su lugar al sol.
Pese a lo que muestra la imagen, en la que vemos a los soldados de fiesta, en animada conversación, jugando al ajedrez y con sus animales domésticos, la de Crimea fue una guerra atroz en la que cada metro de terreno conquistado costó multitud de vidas. Ambos bandos compitieron en incompetencia, por parte de los altos mandos, a la hora de planificar las acciones bélicas, llevándose la palma la llamada «carga de la Brigada Ligera» durante de la batalla de Balaclava, por mucho que el cine haya querido glorificar la acción, y en heroísmo por parte de los soldados de a pie que caían a centenares en el campo de batalla y a miles en sus propios campamentos, víctimas de las heridas mal curadas y de la enfermedad —el cólera y las infecciones mataron más que las balas—. Ha sido catalogada como la primera guerra moderna por el uso de tecnología desconocida hasta la fecha: rifles de largo alcance, barcos de vapor, telégrafo...
También fue la primera guerra fotografiada (por Roger Fenton) de la historia. Sin embargo tampoco en las fotos se mostraba el horror. El alto mando británico autorizó el trabajo siempre que no se vieran las consecuencias de una guerra que era muy impopular y que estaba costando miles de muertos. De verlas, las familias de los soldados podían desmoralizarse y eso no sería bueno para la causa. Por lo tanto, las fotos de Fenton, como la ilustración que encabeza estas líneas, eludían la muerte y mostraban a la tropa en sus momentos de descanso. No había víctimas ni heridos ni mutilados. Pareciera que se habían ido de pícnic.
Menos mal que la literatura vino al rescate. Tolstói, que participó como alférez en la contienda, llegó cargado de patriotismo y con una visión romántica de la guerra y salió de ella desencantado y pacifista. «En Sevastópol no me convertí en un general de las armas, sino de las letras», diría tiempo después, para nuestra suerte. Tolstói dejó una tétrica crónica de los hechos en sus «Relatos de Sevastópol», (Alba Editorial; Barcelona, 2013. Traducción de María Sánchez Nieves) que suelen catalogarse entre los primeros reportajes de guerra dignos de ese nombre.
La imagen fue publicada en L'Illustration. Journal Universel. Nº 647. Volumen XXVI, el 21 de julio de 1855. Era pues contemporánea de los hechos.