Le encantaban los buenos libros, la buena música, jugar a cartas y al ajedrez, ver obras de teatro, si eran buenas, y beberse una buena copa en buena compañía. Le gustaba conversar y cuando estaba con alguien que supiera algo que él desconocía y tenía ganas de hablar de ello sabía incluso escuchar.
Tracy le había sugerido que jugaran una partida de ajedrez; sin volverse, Frank había sacudido la cabeza y le había dicho:—Es demasiado ruidoso, Tracy.—¿Ruidoso?—Dios santo, sí, ruidoso —le había dicho Frank—. ¿No oyes el ruido cuando juegas? Ese choque de fuerzas te ensordece. Monta un lío de los mil demonios.—¿Qué clase de ruido, Frank?Fue entonces cuando Frank se apartó de la ventana. Sonrió un poco, como disculpándose.—Estoy diciendo tonterías.Tenía la copa vacía en la mano. Tracy la había cogido y se la había vuelto a llenar. Entonces le había dicho:—Me gusta. Cuéntame más.—Supongo que la mayoría de las personas no lo oye. Quizá yo tampoco, en realidad. Pero da esa sensación. Verás, toma por ejemplo una torre..., está ahí quieta sobre su casillero. Pero hay..., ¿cómo se dice?—¿Líneas de fuerza?—Sí, líneas de fuerza que avanzan. Líneas que parten desde la torre; hacia delante, hacia atrás y hacia los lados. Empujan contra todas las piezas que tocan. Es como un...., como un zumbido..., como de una dinamo o un motor. En el caso de los alfiles, el empuje es en diagonal; además, el tono y la altura del sonido varían. Los caballos..., rayos..., estoy diciendo tonterías.—Puede ser. Sigue.—Es un sonido extraño, Tracy, un sonido curvo. Y los peones..., ¿nunca has oído gritar a uno de ellos cuando es capturado?Un extraño escalofrío recorrió la espalda de Tracy.
Más adelante, un problema de ajedrez publicado en un diario permite delimitar la hora de un crimen:
—En cuanto a este problema de ajedrez, ¿se lo enseñó usted a Hrdlicka?
—No. Se publicó en el Blade . Cada día sale uno. Ése estaba en la edición matutina de ayer. Oiga...
—¿Qué?
—Verá, es sólo una idea. La primera edición que llevaba ese problema salió a la calle a las once de la noche del martes. Si Frank colocó las piezas en el tablero, y la verdad es que habría sido una tontería que lo hiciese el asesino, entonces sabemos con certeza que la muerte se produjo después de medianoche.
Y cuando ya lo tiene todo claro:
Era como un problema de ajedrez. Sólo existía una jugada clave y, al realizarla, todo encajaba en su sitio y se comprendía por qué cada pieza ocupaba el lugar que ocupaba.
Una divertida novelita, quizá estropeada por un final almibarado que la asemeja paradójicamente a los folletones que escribía su protagonista. Quizá fuera una imposición de la editorial.
EL ASESINATO COMO DIVERSIÓN (MURDER CAN BE FUN. E. P. DUTTON, 1948)
PLAZA Y JANÉS. BARCELONA, 1990
TRADUCCIÓN DE CELIA FILIPETTO ISICATO
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