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jueves, 11 de febrero de 2021

EL ASESINATO COMO DIVERSIÓN, POR FREDRIC BROWN


Fredric Brown (1906-1972) es un escritor peculiar. No alcanzó demasiado éxito popular, aunque sí un grupo de fieles lectores que crece año a año y mantiene vivo su recuerdo. En cambio, fue eso que se llama un «escritor para escritores», un escritor que interesaba a los del gremio, vamos. 

Tampoco le gustaba escribir, o eso por lo menos afirmaba su esposa. Cuando tenía que sentarse a trabajar lo que hacía era ponerse a tocar la flauta o jugar a las cartas o ir a buscar a un amigo para jugar con él al ajedrez. O correrse una buena juerga. Pero luego, cuando lograba terminar, se sentía muy orgulloso de lo que había escrito, de ser escritor.

Con él nunca se sabe con qué género nos vamos a encontrar en sus escritos, ya que puede mezclar en la misma obra misterio, humor y ciencia ficción, sobre todo humor, lo que, sin duda, forma parte de su encanto. Se sentía muy cómodo, además, en los relatos cortos, incluso muy cortos, y gran parte de su producción son cuentos que oscilan entre tres y menos de una página de longitud.

En 1948, publicó Murder Can Be Fun (El asesinato como diversión) su segunda novela dentro del género policial. El protagonista es un guionista de folletines radiofónicos en plena crisis. Se gana bien la vida con su trabajo, más que como el periodista de investigación que había sido antes, pero su labor no colma sus aspiraciones intelectuales ni sus necesidades artísticas. Poco a poco el rencor que siente hacia su trabajo se va trasladando hacia las personas que siguen las radionovelas.

Es difícil no ver al propio Brown en el retrato de Bill Tracy hecho en la novela:
Le encantaban los buenos libros, la buena música, jugar a cartas y al ajedrez, ver obras de teatro, si eran buenas, y beberse una buena copa en buena compañía. Le gustaba conversar y cuando estaba con alguien que supiera algo que él desconocía y tenía ganas de hablar de ello sabía incluso escuchar.
Para intentar superar la situación, Tracy escribirá otro tipo de guiones, inventando crímenes que luego los radioescuchas tendrían que intentar resolver. El problema fue que los crímenes empezaron a cometerse tal y como el los había escrito, ¡pero en la realidad! Tracy tiene que averiguar quién es el asesino antes de que la policía le endose los crímenes a él.

La segunda víctima también jugaba al ajedrez, con una percepción muy especial del juego:
Tracy le había sugerido que jugaran una partida de ajedrez; sin volverse, Frank había sacudido la cabeza y le había dicho:

—Es demasiado ruidoso, Tracy.

—¿Ruidoso?

—Dios santo, sí, ruidoso —le había dicho Frank—. ¿No oyes el ruido cuando juegas? Ese choque de fuerzas te ensordece. Monta un lío de los mil demonios.

—¿Qué clase de ruido, Frank?

Fue entonces cuando Frank se apartó de la ventana. Sonrió un poco, como disculpándose.

—Estoy diciendo tonterías.

Tenía la copa vacía en la mano. Tracy la había cogido y se la había vuelto a llenar. Entonces le había dicho:

—Me gusta. Cuéntame más.

—Supongo que la mayoría de las personas no lo oye. Quizá yo tampoco, en realidad. Pero da esa sensación. Verás, toma por ejemplo una torre..., está ahí quieta sobre su casillero. Pero hay..., ¿cómo se dice?

—¿Líneas de fuerza?

—Sí, líneas de fuerza que avanzan. Líneas que parten desde la torre; hacia delante, hacia atrás y hacia los lados. Empujan contra todas las piezas que tocan. Es como un...., como un zumbido..., como de una dinamo o un motor. En el caso de los alfiles, el empuje es en diagonal; además, el tono y la altura del sonido varían. Los caballos..., rayos..., estoy diciendo tonterías.

—Puede ser. Sigue.

—Es un sonido extraño, Tracy, un sonido curvo. Y los peones..., ¿nunca has oído gritar a uno de ellos cuando es capturado?

Un extraño escalofrío recorrió la espalda de Tracy.

Más adelante, un problema de ajedrez publicado en un diario permite delimitar la hora de un crimen:

—En cuanto a este problema de ajedrez, ¿se lo enseñó usted a Hrdlicka?

—No. Se publicó en el Blade . Cada día sale uno. Ése estaba en la edición matutina de ayer. Oiga...

—¿Qué?

—Verá, es sólo una idea. La primera edición que llevaba ese problema salió a la calle a las once de la noche del martes. Si Frank colocó las piezas en el tablero, y la verdad es que habría sido una tontería que lo hiciese el asesino, entonces sabemos con certeza que la muerte se produjo después de medianoche.

Y cuando ya lo tiene todo claro:

Era como un problema de ajedrez. Sólo existía una jugada clave y, al realizarla, todo encajaba en su sitio y se comprendía por qué cada pieza ocupaba el lugar que ocupaba.

Una divertida novelita, quizá estropeada por un final almibarado que la asemeja paradójicamente a los folletones que escribía su protagonista. Quizá fuera una imposición de la editorial. 


FICHA TÉCNICA
FREDRIC BROWN
EL ASESINATO COMO DIVERSIÓN (MURDER CAN BE FUN. E. P. DUTTON, 1948)
PLAZA Y JANÉS. BARCELONA, 1990
TRADUCCIÓN DE CELIA FILIPETTO ISICATO


FOTOGRAFÍA ISTOCK!

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