Melancolía
Canción doliente
¡Pobre alma mía!
-¿Lirio?... -Peonía.
-¿Granada?... -Sandía.
-¿Sangre roja?... -Agua fría.
Antes fui un Van Dyck.
Ahora, un Bagaría.
(Un sauce se inclina y toca
el suelo,
su oído junto a mi boca.
«¡Qué noche, válgame el cielo!»)
¡Bravo!... ¡¡Bravo!!.. ¡¡¡Bravo!!!.. ¡¡¡¡Bravo!!!!...
Luna, estrellas, sauces, guardias.
Gracias. Otra más y acabo.
«Vivo sin vivir en mí»,
por eso libre y cautivo
vivo.
Me diagnostican así:
Sintónico-depresivo,
más humanista que festivo.
¡Y pensar
que el planeta se ha de enfriar!
¡O calentar!
¡Hay que ver!...
¡Hay que ver!...
Y la noche es día
enlutado por la tintorería.
Y que sólo hay diez cifras. ¡Diez!
¡Y el mundo no es ruleta, sino ajedrez!
-Rey-Caballo-Peón-Alfil-.
¡En fin!, no hay nada serio;
ni la guardia civil,
ni un cementerio.
Protesta el público astral
(y los guardias). -¡Mal!... ¡Muy mal!
Indignación, fracaso, estruendo.
¡Salid sin duelo, lágrimas, corriendo!
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Bohemio, vanguardista (ultraísta estaría mejor dicho) y prácticamente ágrafo (solo publicó un libro en vida) Francisco Vighi es el autor del poema que presentamos hoy perteneciente a una edición póstuma editada por su esposa, Julia Arroyo, y prologada por Andrés Trapiello (Francisco Vighi. Nuevos versos viejos. Comares. Granada, 1995)
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