La última película hasta la fecha de Woody Allen es Rifkin's Festival, una comedia —dicen que romántica— en la que un profesor de Cine norteamericano devenido novelista viaja al Festival de Cine de San Sebastián acompañado por su esposa. El profesor, interpretado por Wallace Shawn —Vizzini en la inolvidable La princesa prometida, aunque esto puede ser simple mitología personal)—, es un trasunto del personaje tantas veces interpretado por el propio Woody Allen: un judío neoyorquino, neurótico, hipocondríaco y esnob que vive atormentado por abstrusas cuestiones existenciales.
Mort —¡qué nombre!— va al Festival a acompañar a su mujer, notablemente más joven que él, que va a trabajar como agregada de prensa. El matrimonio está en crisis y la mujer flirtea sin ambages con un director de cine francés tan huero como presuntuoso, dos características que Mort detesta. Él intenta hacer lo propio con una joven doctora donostiarra, no en vano es hipocondríaco.
Mientras la trama progresa, en la mejor tradición woodyallenesca, el protagonista sueña que es el protagonista de escenas de películas de cine clásico —en blanco y negro, como debe ser— que remiten a sus tribulaciones en la vida real. Al final de la escapada, Ocho y medio, Persona, El ángel exterminador o El séptimo sello pueblan los sueños de nuestro hombre.
Si no se lo digo, les costará adivinar qué escena eligió Woody Allen de El séptimo sello para dar rienda suelta a los desahogos oníricos de Mort.
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