Dijiste que cometer un crimen era una estupidez porque es imposible mover a la gente como si fueran piezas de ajedrez.
Maximilian Schell dirigiendo a Friedrich Dürrenmatt |
Un anciano comisario de policía, enfermo terminal, investiga la muerte de un subalterno. Hombre muy tradicional y desdeñoso de los modernos conceptos de la criminalística, su investigación parece un auténtico disparate. Sin llevar un criterio mínimamente científico, sin interrogar a testigos ni buscar pruebas. Lo ayuda otro policía, el mejor después del asesinado, que no parece entender sus métodos.
De repente surge un elemento inesperado, un viejo conocido del comisario. Por él nos enteramos de que de jóvenes habían cruzado, una noche de borrachera, una demencial apuesta. El otro se había mostrado dispuesto a cometer un crimen. Sin motivo, aleatorio, innecesario. Y se jactaba de que sería imposible demostrar su culpabilidad. El futuro comisario creía lo contrario, un crimen así se podría demostrar siempre.
La pretensión del otro no se queda en una baladronada de borracho, realmente comete un crimen. Su jactancia deviene real. Barlagh (así se llama el comisario) en contra de lo que creía será incapaz de probarlo. Se inicia así una rivalidad que durará toda la vida y que se ve salpicada por otros homicidios y asesinatos. Barlagh sabe que ese otro innominado no tiene nada que ver con el crimen que investiga, pero concibe una artimaña diabólica: no ha conseguido inculpar a su enemigo por los crímenes que realmente ha cometido, pero quizá consiga hacerlo por uno que no ha cometido... Y lo logra. Consigue manipular al verdadero criminal, que no es otro que su ayudante, Tschanz, hasta el punto que o incrimina al otro o todas las sospechas recaerán sobre él. Lo que se dice «comerse un marrón».
Las dos alusiones al ajedrez que hay en la novelita —el diminutivo es por extensión, no por calidad— son la que encabeza estas líneas, que surge en la discusión etílica que dio inicio a la trama. La segunda muestra como se siente el asesino cuando Barlagh explica que lo sabe todo.
Tschanz escuchaba al inexorable ajedrecista que le había dado un mate.
Este es el argumento de El juez y su verdugo una novela del suizo Friedrich Dürrenmatt (1921-1990) en la que explora los límites y el sentido último de la justicia, la culpa y el castigo. Temas todos muy presentes en su obra.
En 1975, Maxilimilian Schell dirigió una adaptación de la novela de Dürrenmatt (End of the Game; MFG-Film T.R.A.C., 1975) con John Voight, Martin Ritt y Robert Shaw en los principales papeles.
El Propio Dürrenmatt participó en un pequeño papel en el que se interpreta a sí mismo. La foto muestra un momento del rodaje de una de sus escenas.
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