Paolo Maurensig (1943) escribió en 2014 un libro dedicado a los animales domésticos —Mis amores y otros animales— que le han acompañado en su vida, fundamentalmente perros y gatos, aunque no solo estos. Una de las historias del libro cuenta una anécdota que le aconteció de niño y que está vinculada a su primer contacto con el ajedrez.
Una prima de Maurensig, casada con un barón austriaco, tenía dos hijos de edades similares a la del joven Paolo y este pasaba bastante tiempo en su casa, jugando con ellos. La familia poseía además un schnauzer gigante, tan aristocrático como su dueño. La casa de sus familiares es descrita de la siguiente manera:
En el primer piso había una gran sala cuyas ventanas daban al jardín florido. En los días de lluvia, cuando no se podía estar al aire libre, nosotros, los niños, nos refugiábamos en aquella habitación para entretenernos con los diversos juegos de mesa que había guardados en un gran armario empotrado. Y allí dentro estaba también el ajedrez, que mis primos solamente se atrevían a coger de la estantería cuando su padre no estaba en casa. Puesto que ignoraban las reglas del juego. movían aquellas figuras como si fueran soldados de plomo, y el tablero, un campo de batalla.
No tardaría, sin embargo, en aprender las reglas del juego. Un día, los niños sorprendieron al barón jugando una partida con un amigo. A Paolo le fascinó el juego, ver la gravedad con que el barón y su amigo meditaban las jugadas y el repentino mal humor que asaltó al marido de su prima al terminar la partida. Y no menos le asombró ver que el schnauzer de la familia también parecía fascinado por el ajedrez. El propio barón le enseñaría en los días siguientes los rudimentos de un juego que no abandonaría nunca.
Jugábamos en un precioso tablero antiguo, de cuero, y las figuras de ajedrez estaban finamente torneadas en un material parecido al marfil. Faltaba solo una pieza: una torre blanca había sido sustituida por un pedazo de madera, que parecía un mendigo invitado a la corte. Pues bien, nunca le dije al barón que vi a su perro enterrar un hueso, roído como el corazón de una manzana, exactamente igual que aquella torre que faltaba.
Paolo Maurensig, ya algo crecidito, en una fotografía reciente que no he podido acreditar |
FICHA TÉCNICA
PAOLO MAURENSIG
MIS AMORES Y OTROS ANIMALES
GATOPARDO. BARCELONA, 2016
TRADUCCIÓN DE MÓNICA MONTEYS
AMORI MIEI ED ALTRI ANIMALI
GIUNTI EDITORI, MILANO, 2014
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