La exposición Duchamp Frères & Soeur: Œuvres D'Art (Duchamp hermanos y hermana: obras de arte), celebrada en la galería de Nueva York Rose Fried entre los meses de febrero y marzo de 1952, reunía obras de todos los hermanos Duchamp artistas (Jacques Villon, Raymond Duchamp-Villon, Marcel y Suzanne Duchamp) y generó una oleada de interés sobre Marcel Duchamp quien vivía semirrecluido en su estudio del número 210 Oeste de la calle 14 en el que ni siquiera tenía teléfono para evitar ser molestado y por el que solo pagaba 40 $ de alquiler.
En abril de 1952, Winthrop Sargeant y el fotógrafo Eliot Elisofon, cuyas fotografías se harían con toda justicia muy populares, visitaron a Duchamp para preparar un articulo para la revista Life. El artículo, con el título de Dada's Daddy (El papá de dadá), sería publicado el 28 de abril de ese mismo mes.
Después de dar un somero repaso a las más escandalosas hazañas del dadaísmo europeo, el artículo enumera las no menos escandalosas apariciones de Marcel Duchamp en la escena artística norteamericana del primer tercio del siglo XX para centrarse a continuación en el mito Duchamp: el artista que después de revolucionar (según algunos destruir) el arte moderno, habría abandonado toda práctica artística para dedicarse a jugar al ajedrez.
Desde luego, algo de verdad había. Duchamp se había dedicado a la práctica, podemos calificar de semiprofesional, del ajedrez entre 1923 y 1933, participando en numerosos torneos, entre ellos varios campeonatos de Francia y cuatro Olimpiadas de Ajedrez, y continuó toda su vida interesado en el juego, practicándolo por correspondencia y con cuanto aficionado se encontrara en su camino. Y el mismo Duchamp, pese a que llevaba trabajando en secreto desde 1946 en lo que sería su última gran obra, (Étant donnés que solo se haría pública después de la muerte del artista en 1968) cultivaba su pretendido alejamiento del arte delante de la prensa y hasta de sus conocidos.
Sin embargo, el artículo es importante para comprender una constante en el pensamiento de Duchamp: su feroz independencia y su total renuncia a cualquier tipo de compromiso, que no serían sino trampas que hay que evitar. La vida doméstica sería una de esas trampas que conllevan la necesidad de ganar dinero para mantener a una familia. «Mi capital es tiempo, no dinero», remarcará a Sargeant durante la entrevista. Pero también considera trampas indeseables la ambición, que inocula un impulso competitivo a cualquier actividad o el arte considerado como una actividad profesional.
En un estudio presidido por un tablero de ajedrez, el artista llega a afirmar al periodista que también el ajedrez «se había convertido en una droga» y que de alguna forma debía burlar su adicción a él. Por eso, cuando sentía crecer la ambición competitiva, dejaba de jugar. Supongo que diez años de adicción le harían muy sensible a tal peligro.
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