Long Bright River es la cuarta novela de la norteamericana Liz Moore (1983) y alcanzó uno de los primeros puestos en las listas de «más vendidos» de 2020. A día de hoy su producción se ha incrementado en un libro más. En España ha recibido el título de El largo río de las almas (AdN. Madrid, 2020. Traducción de Javier Calvo).
La novela, ambientada en una empobrecida vecindad de Filadelfia, se adentra en el submundo de las adicciones por medio de la historia de dos hermanas, policía una, prostituta la otra.
El ajedrez se menciona dos veces en en la trama, ambas en un contexto educativo. La primera cuando un voluntario lo enseña a los niños acogidos en un programa gratuito gestionado por la policía para cuidar de los menores después de clase mientras sus padres o tutores terminaban sus jornadas laborales.
La segunda y más importante cuando una antigua monja lleva un juego de ajedrez como regalo a un niño al que tiene que cuidar una noche.
Cuando le quita el envoltorio, veo que es un tablero de ajedrez con una bolsa de plástico que contiene todas las piezas. Y, por un momento, me fallan las fuerzas. Thomas me mira a mí en vez de a la señora Mahon.
—¿Qué es?
—Un ajedrez —le contesto en voz baja.
—¿Jedrez?
—Ajedrez —dice la señora Mahon—. Es un juego. El mejor juego que existe.
La señora Mahon enseña al niño los movimientos de las piezas. En un momento dado, el niño pregunta sobre los alfiles:
Thomas coge los alfiles y le enseña uno a la señora Mahon.—¿Es malo?Sí que resulta amenazador: opaco y sin ojos, con esa ranura en el gorro que parece un ceño fruncido.—Todas las piezas son buenas y, al mismo tiempo, malas —dice la señora Mahon—. Depende.
Tiempo después la madre de Thomas, que es agente de policía, recordará las palabras de la señora Mahon y las hará extensivas a las personas a las que investiga:
—Connor puede hacer cosas malas, pero no es del todo malo. Casi nadie lo es.
No tengo nada que contestar. Me imagino a la señora Mahon moviendo la mano de un lado a otro por encima del tablero de ajedrez. «Todas las piezas son buenas y, al mismo tiempo, malas». Es posible admitir hasta cierto punto la verdad de esa afirmación.
Es curiosa esta interpretación. Es cierto que en ajedrez se habla de alfiles buenos y alfiles malos, o de tener un buen caballo contra un mal alfil, pero estas apreciaciones se refieren al papel relativo que estas piezas desempeñan en el juego, no a cualidades morales o a juicios éticos sobre ellas.
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