miércoles, 29 de marzo de 2017

¿POR QUÉ SIGO ESCRIBIENDO POESÍA?

En un artículo publicado en The New York Review of Books el 15 de mayo de 2012, el poeta Charles Simic, quien fue presentado en ARTEDREZ aquí, intentaba responder, alcanzada su séptima década de vida, a una pregunta que se le formulaba con irritante frecuencia: por qué seguía escribiendo poesía en su edad adulta, como si escribir poesía fuera un pecado de juventud que debía abandonarse según la madurez iba alcanzando a las personas.

Inesperadamente, una de las razones que aduce para explicar su perseverancia en escribir poemas es su temprano amor al ajedrez. Léanlo ustedes mismos.
Recientemente me di cuenta de que en mi pasado hay otra cosa que contribuyó a mi perseverancia en la escritura de poemas, y es mi amor al ajedrez. Aprendí el juego a los seis años, en tiempos de guerra en Belgrado, gracias a un profesor de astronomía retirado y durante los años siguientes me hice lo suficientemente bueno para derrotar no sólo a los niños de mi edad, sino a muchos de los adultos del barrio. Mis primeras noches de insomnio, lo recuerdo, se debieron a los juegos que perdí y que repasaba en mi cabeza. El ajedrez me volvió obsesivo y tenaz. Ya desde entonces no olvidaba cada movimiento erróneo, cada humillante derrota. Adoraba los juegos en los que ambos lados eran reducidos a unas pocas piezas y en el que cada movimiento era importantísimo. Incluso hoy en día, cuando mi oponente es un programa de computadora (yo lo llamo “Dios”) que me derrota en ingenio nueve de cada diez ocasiones, me quedo pasmado ante su inteligencia superior, pero encuentro mis derrotas mucho más interesantes que mis infrecuentes victorias. El tipo de poemas que escribo —en su mayoría breves y que requieren interminables retoques— me recuerda los juegos de ajedrez. Su éxito depende de que palabra e imagen sean puestos en el orden adecuado y sus finales tienen que poseer la inevitabilidad y la sorpresa de un jaque mate ejecutado con elegancia.



El artículo original puede leerse aquí. Y en castellano, en traducción de Luis Eduardo García, aquí, que es de donde hemos cogido el fragmento precedente.

 Fotografía de Alexey Menschikov titulada Peones

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