"La anamorfosis es la tentación de lo extraño", dice Ramón Andrés en su espléndido libro El luthier de Delft (Acantilado. Barcelona, 2013) y por ese camino transita el sudafricano Jonty Hurwitz.
Hurwitz es un artista empeñado en conciliar la ciencia con el arte y para ello aprovecha los últimos avances científicos en la creación de sus obras. Bien sea técnicas sofisticadas y ultramodernas de impresión en 3D para sus nanoesculturas (tan nano que caben holgadamente en el ojo de una aguja), bien el no menos sofisticado escaneado de objetos para aplicar por ordenador sobre la imagen resultante una perspectiva anamórfica y construir a partir de esa imagen un objeto, una escultura, que solo podrá ser visto en su forma original mediante su imagen reflejada en un espejo cilíndrico. Artificio pues sobre artificio.
Arte creado gracias a la Física Cuántica. Arte e ingeniería. En las obras de Hurwitz, los objetos, las imágenes, se distorsionan, se desintegran y solo pueden verse reconstruidas desde un punto de vista determinado o a través de un artilugio especial. Así pasa con los trebejos de la imagen que solo recuperan su apariencia habitual en el reflejo en el espejo.
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