miércoles, 16 de noviembre de 2011

AJEDREZ A LARGA DISTANCIA (EL JUGGERNAUT)

No nos referimos en el título de esta entrada, como podría pensar algún lector distraído, al que se juega por alguno de los métodos disponibles hoy en día para mandar las jugadas a cualquier lugar remoto del mundo, espacio exterior incluido, como veremos a su debido tiempo. No. "Ajedrez a larga distancia" es el título de la ilustración que mostramos debajo de estas líneas y que nos sirve de introducción a la obra del dibujante sueco Mattias Adolfsson.


Adolfsson es un prolífico artista que ha trabajado tanto en el campo de la ilustración infantil como en el de la animación por ordenador, el diseño gráfico o la creación de videojuegos. En sus dibujos, realizados con un abigarrado detallismo, abundan las maquinarias imposibles,  los animales humanizados y, ocasionalmente, las propuestas para mejorar algunos deportes tradicionales. El fútbol, sí. Pero también el ajedrez. 


En esta ilustración, Adolfsson nos propone un ajedrez mejorado en el que aparecen nuevas piezas e incluso un tercer color. No es la primera vez, desde luego, que se ha intentado adaptar el ajedrez a las nuevas realidades sociales. Entre las piezas propuestas hay emblemas de la modernidad: el big mac, la bloguera de moda, el zapper (¿cómo se moverá un zapper?) y una terrible e inquietante que presumimos la más poderosa del nuevo juego: el Juggernaut.

Juggernaut es como transcribieron los ingleses uno de los nombres de Krishna, avatar del dios Visnú, cuyo significado en sánscrito es: "fuerza irrefrenable que en su avance aplasta o destruye todo lo que se interpone en su camino". Según los comentaristas ingleses decimonónicos, esclavos de los prejuicios de su época, durante las celebraciones en su honor, los fieles se arrojaban bajo las ruedas del carro que transportaba la imagen del dios, buscando una muerte que les garantizaría, según sus supuestas creencias, la felicidad eterna.


Un sociólogo contemporáneo, Anthony Giddens, en su libro "Consecuencias de la modernidad" (1990) ha intentado explicar de forma más racional esos hechos. Según este autor, la imagen del dios era transportada en un pedestal que se deslizaba sobre unos troncos. Esto hacía que el conjunto fuera de difícil gobierno y, por lo tanto, su trayectoria errática, lo que propiciaba los accidentes que en muchos casos resultaban mortales. Pero la escena le da pie para considerar el mito del Juggernaut como una metáfora de ciertos procesos que se dan en la sociedad moderna, en la que la creciente complejidad de los procesos económicos y sociales hace imposible calibrar las consecuencias de cualquier decisión. No son otra cosa ciertas decisiones de nuestros gobernantes que terminan por llevar a los países al lugar opuesto a donde pretendían para desesperación del común de la ciudadanía.


Ignoro qué movimientos tiene la pieza propuesta por Adolfsson, pero, si hace honor a su nombre, debería ser tan peligrosa para las piezas rivales como para los trebejos propios. Si admitimos que el ajedrez nació como reflejo de la sociedad que lo creó, una sociedad guerrera, y que las piezas simbolizaban los distintos cuerpos que formaban los ejércitos indios; si admitimos también que, llegado a Europa, pasó a representar la sociedad estamental de la época con sus reyes, sus guerreros, sus dignidades eclesiásticas y, claro está, el pueblo llano;  si por último, admitimos que el renacimiento lo dotó de una movilidad apropiada a un mundo que se ensanchaba extraordinariamente (y omitimos aquí todas las variantes que desde la Revolución Francesa se han propuesto para adecuar el ajedrez a los nuevos tiempos, que las ha habido y muchas); si admitimos pues lo anterior tenemos también que admitir que la introducción de una pieza como el Juggernaut, en unos tiempos en que los mercados parecen dispuestos a arrasar no solo a los que se les oponen sino también a las sociedades que los propiciaron, como la vieja divinidad hindú hacía con sus fieles, es tan premonitoria como acertada.





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