No me interesan demasiado las clasificaciones que intentan decidir por mayoría quién fue el mejor escritor de la historia o el más fuerte entre los campeones del mundo de ajedrez. Quizá porque no tengo una opinión firme sobre ninguno de los dos casos mencionados. Es más, estoy seguro de que mi opinión sigue dócilmente a mis cambios de humor. Si hace sol diría que Conrad; si llueve, Stevenson. Irresoluto que es uno. O ciclotímico.
Sin embargo, si ampliáramos un poco el ámbito de la pregunta, a diez por ejemplo, creo que en todas las listas, fuera cual fuese mi humor —o el tiempo—, saldría un escritor siciliano del siglo pasado: Leonardo Sciascia (1921-1989).
Lo que más me gusta de Sciascia son los que él llamaba «relatos de investigación». Esos relatos en los que cogía un acontecimiento no explicado, o explicado insatisfactoriamente en su momento, y se empapaba de los documentos de la época: periódicos, actas judiciales —en la mayoría de los relatos hay crímenes por medio— o informes forenses, en la convicción, como dice Javier Serrano Puche, de que «la literatura ayuda a iluminar la realidad».
Uno de estos relatos es La desaparición de Majorana, sobre el genio de la Física Ettore Majorana (1906-1938?). Publicado en 1975 en Italia, Sciascia repasa la vida de Ettore Majorana, uno de los grandes científicos de preguerra, centrándose sobre todo en su misteriosa desaparición ocurrida en 1938, durante un viaje en barco entre Palermo y Nápoles.
La compleja personalidad de Majorana, huraño, inadaptado y misántropo, capaz de hacer una brillante demonstración sobre cualquier abstruso problema de física teórica ante sus compañeros del Instituto de Física de Roma, pero negarse en redondo a publicarlo (lo que permitió que otros dieran su nombre a descubrimientos que habían sido suyos), abrió la puerta a todo tipo de especulaciones sobre su desaparición: suicidio (Majorana había mostrado poco tiempo antes claras intenciones suicidas) o un oscuro complot, del que habría sido víctima, urdido para perjudicar a la ciencia italiana. O emigración a distintos países sudamericanos por diversos motivos. Hasta el Duce se tomó en serio la desaparición de Majorana: «¡Quiero que lo encuentren!» escribió en sus órdenes a la policía italiana, mientras ofrecía una recompensa espléndida a quien pudiera dar noticias de él.
Sciascia analiza todos los documentos de época a los que tuvo acceso, lee todos los testimonios contemporáneos conservados, pregunta a todo el que puede preguntar y formula una hipótesis: Majorana habría anticipado antes que otros científicos a dónde iba a llevar la investigación sobre el átomo y vislumbró el horror. Y no lo soportó. Decidió borrarse, desaparecer, alejarse de algo monstruoso e indecible. Majorana era una persona religiosa. Testimonios de la época hablaban de que un importante científico se había refugiado tras los muros de un convento. Quizá el silencio de una cartuja acogió a uno de los grandes físicos de su generación.
Las conclusiones de Sciascia han sido criticadas por gente que estuvo cercana al científico siciliano, que se reafirman en la teoría del suicidio, pero de hecho el número de teorías más o menos fantasiosas sobre la desaparición de Majorana no ha dejado de crecer.
Como se dice en el libro, y por eso estamos hablando aquí hoy de él, Ettore Majorana jugaba al ajedrez. En la correspondencia que mantuvo con su madre en los años treinta dice, hablando de Werner Heisenberg, «nos hemos hecho bastante amigos tras muchas discusiones científicas y algunas partidas de ajedrez». Su hermana corroboró el hecho de que en la familia se jugaba al ajedrez. Lo jugaba su padre, los jugaban sus hermanos. Sciascia también anota «por lo que respecta al ajedrez, Majorana era, desde niño, campeón: ajedrecista desde los siete años, lo encontramos en la crónica de un diario catanés». Sin embargo, los intentos de localizar dicha publicación han resultado hasta la fecha infructuosos.
La ilustración atómica es obra de Christopher Reid.
LA DESAPARICIÓN DE MAJORANA
EDITORIAL JUVENTUD. BARCELONA, 1994
TRADUCCIÓN DE F. SYMONS Y N. FABRÉS
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