El 12 de marzo de 2014 (hace más de seis años ya) se estrenó en la Opera Nacional de Letonia la obra Mihails un Mihails spēlē šahu con música de Kristaps Peterson, libreto de Sergei Timofeyev y dirección de Viesturs Meikšāns.
La opera cuenta con treinta y dos participantes: catorce músicos de un conjunto de cámara, ocho cantantes, ocho bailarines y dos directores. Treinta y dos, como los trebejos del ajedrez. No extrañará esta circunstancia si desvelamos que la traducción al castellano del título de la obra es Mijaíl y Mijaíl juegan al ajedrez. Y menos si decimos que la trama de la obra se centra en el desarrollo de la sexta partida que enfrenó a Mijaíl Tal y a Mijaíl Botvinnik por el título mundial de ajedrez en 1960 en Moscú.
Mijaíl Tal es un héroe en Letonia (bueno, lo es en todo el universo ajedrecístico) y la obra pretende destacar lo vanguardista de su aproximación al juego, su subversión del lenguaje tradicional del ajedrez. El mensaje que la obra quiere transmitir, amparándose en la lucha entre el atrevido Tal y el científico Botvinnik, es que no todo puede ser calculado de antemano y más allá de ese punto todavía existe un mundo lleno de posibilidades. La libertad es algo que no puede calcularse y, a lo mejor, no siempre es la mejor jugada.
La obra, no podía ser de otro modo, también adopta unos criterios «vanguardistas». El compositor creó un tono musical para cada una de las piezas, y ese tono musical suena en todas sus variaciones cada vez que esa pieza en concreto se mueve. Además, cada uno de los vocalistas es al mismo tiempo un «conferenciante» que declama un monólogo en el que se cuenta la historia de una partida de ajedrez en el trasfondo histórico de la época.
Paralelamente se celebraron una serie de «conversaciones» y encuentros para destacar aspectos de la biografía de Tal. En ese sentido fue fundamental el asesoramiento de un amigo muy cercano del campeón letón, que es además uno de sus biógrafos, quien formó parte de su equipo y en ocasiones ejerció como su segundo, Valentín Kirilov. Kirilov mostró centenares de fotografías de sus años con Tal.
Valentín Kirilov enseñando fotografías de Tal en uno de los encuentros celebrados en paralelo al estreno de la obra. |
Maqueta de la puesta en escena de la ópera. En el diagrama, la posición previa a la vigésimo primera jugada de Mijaíl Tal en la sexta partida del match. |
La sexta partida del match de Moscú se disputó el 26 de marzo de 1960 y fue una partida peculiar por muchos motivos. Marcó un primer despegue del aspirante al título, que se puso con un marcador de +2 a su favor. Pero sobre todo resultó paradigmática del estilo agresivo, impetuoso y eminentemente táctico del retador.
En el movimiento vigesimoprimero, Tal sacrificó de forma inesperada un caballo para activar el resto de sus piezas. El propio Tal ironizaba sobre la enorme cantidad de análisis que se publicaron posteriormente demostrando la falsedad del sacrificio y afirmando que debió perder la partida. Según él esa era la diferencia entre analizar cómodamente en casa y tener que resolver los problemas sobre el tablero. Y a eso precisamente se refiere el libretista de la obra con lo de que la libertad a veces no es la mejor jugada.
El match por el título entre dos jugadores tan icónicos como Mijaíl Botvinnik, prototipo del hombre soviético, defensor de una aproximación científica al juego, y Mijaíl Tal, desbordante de fantasía, atrevido y romántico, levantó pasiones y se convirtió en una auténtico espectáculo de masas. En la partida que comentamos, después de que Tal sacrificara su caballo en la jugada vigésimo primera, las emociones se desataron. El publico, incapaz de refrenar sus impulsos, empezó a comentar la jugada en voz alta. Ni los carteles luminosos que pedían silencio ni la exigencias de los árbitros lograron aplacar a la concurrencia. El alboroto alcanzó tal nivel que la partida tuvo que suspenderse y trasladarse a una habitación aislada para que los jugadores pudieran terminarla con tranquilidad. Tal ganó. La partida y el match. Botvinnik le llamó gangster.
A mi juicio, este match no ha alcanzado a en la cultura popular la repercusión que sí han logrado otros encuentros similares. Capablanca y Alekhine, Spassky y Fischer, Karpov y Kasparov, por ejemplo. Y eso que mimbres tenía. Se enfrentaron dos jugadores con legiones de seguidores, que representaban dos conceptos muy diferentes del ajedrez y las partidas fueron de alto voltaje. Quizá tengamos que reconocer, una vez más, que lo importante no son las historias en sí mismas, sino cómo se cuentan y quién la cuenta.
La partida. Véanla, por favor.
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