Falsa guerra es una compleja novela del cubano Carlos Manuel Álvarez (1989) sobre el exilio (quizá fuera mejor decir los exilios), el desarraigo, la identidad, la memoria y la experiencia literaria.
Con una estructura caleidoscópica y localizada en distintas ciudades —La Habana, Ciudad de México, Berlín, París—, la novela cuenta fragmentos de las vidas de una serie de personajes angustiados, desubicados o perdidos, fracasados, empeñados en una búsqueda constante de algo que ni ellos mismos saben definir bien, pero imbuidos de la certeza de que el exilio les ha abierto la puerta de una jaula solo para entrar en otra más grande, aunque no por ello menos hermética.
Y, tan importante como lo anterior, el autor reflexiona sobre «cómo» escribir lo que pretende decir, cómo cazar los significados elusivos de las palabras, cómo encontrar sus propios significados y símbolos.
Uno de los personajes de la novela, Rodríguez —así, sin más—, es un ajedrecista de cierto nivel. Niño prodigio, es instrumentalizado por sus compañeros de un club de ajedrez de Centro Habana (distrito municipal de la capital cubana) para que juegue partidas rápidas por dinero. La historia de Rodríguez se cuenta en varios fragmentos con el título común de El vagabundo de la Nimzowitsch.
La novela se desliza hacia terrenos distópicos cuando el gobierno cubano decide prohibir el ajedrez. Pero eso no logra detener el negocio de las apuestas; al revés, en la clandestinidad las apuestas se multiplican.
El gobierno encarga clases de ajedrez a un vejete calvo, el primer gran maestro de la isla —después de Capablanca, por supuesto—, para sus agentes, con la idea de infiltrarse sin resultar sospechosos en los garitos donde se juega al ajedrez.
En una de esas clases, el vejete cuenta que en un torneo Interzonal tuvo que enfrentarse a Timman en la última ronda. En un momento dado, viéndose en posición perdedora, pensó en abandonar. Como Timman estaba caminando por la sala, se levantó para buscarlo, pero a quien encontró fue a su entrenador, que lo convenció para que aplazara la partida. En los análisis caseros, el vejete y su entrenador encontraron una variante forzada de tablas. Timman perdió la posibilidad de clasificarse para el Torneo de Candidatos: se quedó a medio punto por no estar en su sitio en el momento oportuno.
Sospecho que el novelista ha fundido a dos grandes maestros de Cuba apellidados García en uno solo. Silvino García (1944) fue el primer gran maestro después de Capablanca; además, es calvo y nueve años mayor, lo que encaja con «vejete». Guillermo García (1953-1990), por su parte, fue quien participó en el Interzonal de Río de Janeiro de 1979 y, como se dice en la novela, entabló con Jan Timman en la última partida del torneo, impidiendo que el holandés pudiera acceder a los desempates por solo medio punto. No he podido, sin embargo, confirmar la realidad de la anécdota. Además, en la partida Guillermo nunca estuvo dos peones por debajo, aunque según los módulos sí estaba perdido antes de llegar al aplazamiento. Fue la jugada secreta de Timman —un error— lo que le permitió igualar.
Vamos a echar una ojeada a la partida:
La ilustración de cubierta de la novela Falsa guerra es obra del mexicano Patricio Betteo (1978)
FICHA TÉCNICA
CARLOS MANUEL ÁLVAREZ
FALSA GUERRA
SEXTO PISO. MADRID, 2021


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