martes, 11 de marzo de 2025

MATE JAQUE, UNA NOVELA DE JAVIER PASTOR


Con gran pena me he enterado por la prensa del fallecimiento del escritor Javier Pastor (1962) el pasado 27 de febrero de 2025.

Gran amigo de un gran amigo, nuestra relación no pasó de ser superficial. Coincidimos en algunos bares, asistimos juntos al recital de otro amigo, y una noche estuve tomando algo en su casa. Sin embargo, me gustaba mucho lo que escribía. Y es, a mi parecer, poco conocido para sus méritos. Quizá porque su literatura no es convencional, porque le gustaba experimentar con el lenguaje y las fórmulas narrativas. Probablemente, tampoco aspiraba a tener muchos lectores.

En general, hablábamos de libros y de ajedrez. Y sobre todo de libros que hablaban de ajedrez. En uno de esos encuentros me preguntó si podía ayudarle componiendo unos diagramas con determinadas posiciones de ajedrez para un libro que estaba escribiendo. Se trataba de Mate Jaque.

Mate Jaque es una voz. Una voz que nos habla desde un balneario/hotel/sanatorio. Nos habla un escritor, un escritor que se puede permitir libertad creativa porque dispone de unas pequeñas rentas y, además, su mujer tiene altos ingresos. Sin embargo, su relación, que es la tercera para ambos, ha fracasado por su negativa a tener hijos.

La voz no solo es crítica con su mujer sino en general con todo. Con el mundo del arte, con el de la literatura, con los periodistas que se interesan por su obra. En el balneario/hotel/sanatorio hace dos sorprendentes contactos: el primero es un maître del establecimiento que dice haber reconocido en él a un alma gemela. Le propone jugar una partida de ajedrez. La partida que juegan reproduce de forma casual «una famosa partida inexistente», la que supuestamente disputaron Napoleón I Bonaparte y Madame de Rémusat en París en 1802. «Jaque mate» le dice el maître a nuestro escritor al término de la misma.

El segundo contacto es una joven atractiva, pelirroja, que despierta en él un impulso galante que creía perdido. Pero la muchacha se despide de él llamándole papá. Intuimos que algo va mal. ¿Es posible que todo lo que hemos leído sea el delirio de una mente enferma que ha perdido el sentido de la realidad? ¿Los recuerdos confusos de un anciano que mezcla el deseo de lo que no fue con la tristeza de lo que fue? Estamos justo en la mitad del libro.

Y justo a la mitad del libro la voz cambia, aunque no el paisaje ni el tono. Una segunda partida de ajedrez se disputa: «Mate jaque» dice el maître. La partida ha seguido el curso de la segunda versión existente de la partida jugada por Napoleón y la Rémusat, en este caso con los colores cambiados. Esta partida se habría jugado en 1804 en el Château de Malmaison.

Estamos en el mismo balneario/hotel/sanatorio, pero la voz es ahora la de una mujer. En el acto reconocemos la historia. La misma que ha contado el hombre, pero narrada ahora por su mujer, con los colores cambiados, como se diría en ajedrez. Desfilan los mismo hechos, las mismas críticas, los mismos rencores, como si la historia en común solo tuviera una cara.

Un joven pelirrojo va a visitar a la mujer. Ella siente una mezcla de emociones y experimenta el resurgir de un deseo que creía extinguido. Pero el muchacho la llama mamá. El ciclo se ha cerrado. No sabemos si él se ha convertido en ella o ella en él. O si ambos se han metamorfoseado en uno. Los hijos, el hijo/a pelirrojo/a, se los llevan del balneario/hotel/sanatorio. No sabemos dónde.

Hemos dicho que el libro es una voz. Es el lenguaje y no la anécdota lo que prima en las páginas de la novela. Libro arriesgado, de léxico cuidado y preciso, con un uso original de los signos de puntuación, sobre todo de los paréntesis. Un lenguaje de relojería que abre numerosas puertas que luego va cerrando una a una.

Javier Pastor ha aprovechado la existencia de dos partidas de ajedrez iguales, que sitúa justo en la mitad del libro, pero con los colores cambiados (repetimos), para que sean el eje sobre el que pivota la acción, la bisagra a partir de la cual se enrosca el relato, el punto en el que él pasa a ser ella en una historia que tiene algo de especular, algo de palindrómico. El odio/amor, la decadencia, la alienación, la soledad son, realmente, los elementos que puntean la acción. Sin embargo, el ajedrez es, en la estructura de la novela, lo que Hitchcock llamaba un MacGuffin: una excusa argumental que carece de relevancia por sí misma.

Veamos a continuación la primera partida:


Y la segunda... con los colores cambiados:


Como he comentado, Javier me pidió que compusiera diagramas de las dos partidas. Expresamente me pidió que hiciera una diagrama cada dos jugadas. Los hice con ChessBase 12, utilizando la tipografía Crystal. Se publicaron en un apéndice al final del libro.

Estas son las posiciones finales de las dos partidas tal y como aparecen en el volumen:



Hablando con el amigo que nos presentó, para mi desgracia también fallecido, me lamentaba de no haber escrito nada en ARTEDREZ sobre este libro después de tanto tiempo. Le contaba que me cuesta mucho hablar sobre personas que conozco, sobre todo cuando las admiro. Me parece que no voy a estar a la altura. Él me pidió que lo hiciera. Así que, con una punzada de dolor por el retraso, por haber llegado tarde en ambos casos, quiero que esta entrada sirva al menos de homenaje para ambos. 

Para Fernando Castro y Javier Pastor.

FICHA TÉCNICA
JAVIER PASTOR
MATE JAQUE
MONDADORI. BARCELONA, 2009

La ilustración que encabeza esta nota se publicó en el diario El País el 7 de febrero de 2009. Es obra de Fernando Vicente y acompañaba a la crítica que Juan Goytisolo hizo sobre la novela que comentamos, titulada El tablero de ajedrez.

No hay comentarios: