martes, 25 de febrero de 2025

OTRA TARDES: UN LIBRO DE LUIS LOAYZA

El último capítulo del muy estimable libro del peruano Luis Loayza (1934-2018) Otras tardes se titula Fragmentos: ajedrez. Son tres breves y deliciosos textos relacionados con una misma figura, «el tío Eduardo», miembro de una familia de la alta burguesía limeña que busca —y encuentra— en el ajedrez un vía de escape a una vida que le parece insoportablemente banal y provinciana.

Narrados por un sobrino, parecen apuntes para desarrollar un relato más largo, aunque tienen entidad propia y pueden leerse como pequeños cuentos.

En el primero, el sobrino cuenta como saber jugar al ajedrez le granjeó el acceso al despacho de su tío, sanctasanctórum vedado a la mayoría:
Un compañero de clase me enseñó a mover las piezas y durante unos días jugamos a algo que creíamos ajedrez. Supongo que se lo conté a mi madre, que lo repitió en casa de los tíos, y un día, hecho inesperado, sin precedentes, el tío Eduardo me invitó a que lo visitara.

En su escritorio, el tío Eduardo, tiene un ajedrez Staunton original, con piezas de boj y ébano que se guardaban en una caja que tenía en su interior una etiqueta con un número y la firma autógrafa del propio Staunton. 

Esa primera tarde, el tío se conformó con hacer una sola pregunta a su sobrino:

Dispuso sobre el tablero vacío los dos reyes y un peón blanco. ¿Era posible coronar el peón con apoyo del rey?

Después de varias tentativas infructuosas por parte del muchacho, el tío Eduardo le explicó el principio de la oposición. El tío quedó satisfecho con el desempeño de su sobrino porque lo invitó a que volviera.

Para los lectores no técnicos del blog, la oposición es una condición de los reyes en los finales de partida que permite, a quien la gana, penetrar en el campo enemigo.

En el segundo texto se intenta explicar qué es lo que atraía del ajedrez al tío Eduardo. Jugaba pocas veces, reproducía partidas clásicas de libros, estaba suscrito al British Chess Magazine, admiraba a Capablanca y el juego clásico y posicional, pero carecía totalmente de espíritu competitivo. Su sobrino intenta aclararlo definiendo los distintos tipos de jugadores que conoce:

He conocido a muchos ajedrecistas. A casi todos les halaga ganar, se sienten poderosos porque derrotan al adversario y le dan muerte, aunque sea simbólicamente. (...) Otros jugadores, los menos, quieren crear o construir algo, pues el ajedrez es un arte menor y una buena partida, una obra de melodías no escuchadas —las variantes previstas que no llegaron a jugarse— que suscita en los conocedores una impresión estética. Al tío Eduardo no le interesaba ganar, ni tampoco crear, o tratar de crear, él mismo: le bastaba con disfrutar de las obras ajenas, fue un contemplador del ajedrez, como se es amante de la pintura o de la música, y en la vida no hizo nada que le importara más que su contemplación.

Y en el tercero se profundiza en la personalidad del tío Eduardo. Ingeniero de profesión, nunca ejerció porque una dolencia cardiaca hacía que la menor preocupación pudiera serle fatal. Hombre silencioso, rehuía el contacto social, hasta en el ámbito de la familia. Solo le interesaba el ajedrez. Diariamente se enfrascaba con sus libros y revistas en su despacho, donde solo era admitido su sobrino y un grupo selecto de amigos aficionados.

Falleció (de cáncer) pasados los setenta años.

...en los últimos días la resistencia del corazón asombró a los médicos. Ahora, por supuesto, se hablaría en su caso de una enfermedad sicosomática (lo que quizá no explica gran cosa), se comprobaría con cien análisis su buena salud y se le obligaría a aceptar la vida a la que estaba destinado por nacimiento, la de un caballero limeño, un hombre de acción, un político quizá, como su padre. Él había rechazado esa vida, le había opuesto una enfermedad al corazón, gran defensa. Su verdadera vida fue secreta, transcurrió dentro de los límites del tablero, en el mundo fantasmal, terrible, suficiente del ajedrez.

Algo así no puede escribirse sin sentir pasión por el ajedrez. Y efectivamente, Loayza la sentía. Jugaba algún que otro torneo y consiguió un logro al alcance de muy pocos mortales: derrotar al undécimo campeón del mundo de ajedrez: Bobby Fischer.

La partida se disputó el 26 de junio de 1965 en una exhibición de simultáneas que Fischer disputó frente a miembros del club de ajedrez de la ONU (Loayza era traductor en organismos internacionales). Se jugaron veintiséis partidas con un resultado de veintiuna victorias, tres tablas y dos derrotas a favor de Fischer.

Al Horowitz escribió una crónica sobre el evento en The New York Times.



A continuación vamos a ver la partida, intentando llegar a esas «melodías no escuchadas» a las que se refiere Loayza. Aunque eso nos lleve, en contra de nuestra costumbre cuando comentamos partidas, a ofrecer unas cuantas variantes.


FICHA TÉCNICA
LUIS LOAYZA
OTRAS TARDES
EDITORIAL PRE-TEXTOS. VALENCIA, 2017

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