martes, 7 de mayo de 2024

URRACA I DE LEÓN

Urraca es una novela de Lourdes Ortiz (1943) publicada en 1982.

Urraca es Urraca I de León (1081-1126). Urraca la Temeraria. La primera mujer en Europa que ocupó un trono de pleno derecho sin compañía de varón.

La novela adopta la forma de una crónica narrada por la propia reina. Mientras está presa, en manos de su hijo y del obispo Gelmírez, Urraca decide tomar posesión de su voz, ser su propia cronista. Y empieza contando su historia, la de su padre, Alfonso VI, llamado «el Bravo» y la de su madre, Costanza de Borgoña. Urraca cree que aunando la fortaleza de su padre, que no dudó en tomar el poder, aun a costa de litigar y matar a sus propios hermanos, con la astucia diplomática de su madre podrá alcanzar la corona.

Hay pues una dura reflexión sobre el poder, sobre lo que significa el poder, sobre los sacrificios y ofensas que hay que padecer y cometer para alcanzarlo y mantenerlo. Esta lucha por el poder está caracterizada desde el principio como un juego. Y en la época medieval, ese juego no puede ser otro que el ajedrez. El juego que simboliza como ningún otro la sociedad estamental.

«El reino es como un tablero», repetía mi padre y pasaba tardes enteras desplazando las piezas, avanzando, acorralando el enemigo.

Urraca escribe desde la pérdida del reino, pero en sus reflexiones no hay otro lamento que el no haber comprendido bien la situación, como un jugador de ajedrez. No se esconde, no apela a la mala suerte ni a la voluntad divina ni a la traición de sus amigos. Solo:

Yo he fallado; bajé la guardia; perdí un peón o una torre, cuando la partida aún estaba sin decidir y, en este jaque mate final, constato que no supe aprovechar del todo las enseñanzas de mi padre.

Este es un juego preciso en el que nadie puede distraerse, porque si pierdes el caballo estás debilitando al rey. Yo, Urraca, la hija de Alfonso, en un momento que se me escapa, perdí la partida.

Y la solución pasa por esperar la oportunidad, recolocar las piezas, volver a empezar: 

Había que reforzar la autoridad, demasiado quebrantada, devolver cada pieza del juego a su posición de origen.

Las intrigas cortesanas, las guerras contra los almorávides, el matrimonio impuesto, el enfrentamiento con su hijo siguen interpretándose como un juego de estrategia, pero al mismo tiempo el discurso se complica. Urraca comienza a reflexionar sobre el hecho mismo de narrar, sobre lo difícil que es contar algo, lo difícil que es reducir una vida a unas pocas líneas de texto.

Y en paralelo, piensa en lo manipulables que son los discursos, lo que elegimos para contar y lo que elegimos para callar, la luz que le damos a unos acontecimientos y la sombra que proyectamos sobre otros.

—Si supieras jugar al ajedrez…

 ...le dice al hermano Roberto, el monje que la acompaña y que es confidente y testigo de sus palabras. Como si al no saber jugar no pudiera entender del todo las sutilezas, las estrategias, la profundidad de la intriga política, de la lucha por el poder.

Para enseñarle a jugar le propone que fabrique un juego de ajedrez:

Lo sugerí hace una semana y desde entonces el hermano Roberto talla las piezas en delgadas ramas de álamo. Prometí enseñarle y él concluye un caballo al que ha puesto nombre, Lucero, y me describe cómo será la reina, imagen en madera de esa que a su lado se adormece y se deja llevar por la melancolía. Hablamos del reino, y yo, como mi padre, intento compararlo con un tablero, donde el monarca hábil debe mover las piezas. Roberto me habla entonces del ángel de la muerte. 
También el rey, le digo, encarna al ángel. Yo, tu reina, dispuse de la vida de mis súbditos, y ellos, peones sin nombre de mi tablero, cayeron en batallas que yo decidía. Yo fui señora de la muerte, porque puedo moverme de un lado para otro y puedo en un momento determinado dar jaque al rey.

A modo de enseñanza, Urraca cuenta una anécdota legendaria que nosotros contamos hace unos años en una entrada dedicada al rey abadí de la taifa de Sevilla al-Mutamid y que puede leerse aquí.

Lourdes Ortiz lo cuenta así:

—¿Sabes? —le digo—, mi padre se prendó cierto día de un ajedrez extraordinario, cuyas piezas estaban talladas en sándalo, áloe y ébano. Hubiera dado su reino porque aquel ajedrez fuera suyo. No dio el reino, pero perdió una batalla, sin plantear combate.

El monje se entristece y mira sus toscas piezas, pidiéndome disculpas.

—Cuando las dé color… —dice, y sonríe al pensar en el dorado y en el azul, en el manto rojo que cubrirá a la reina. 

—Un ajedrez de áloe, sándalo y ébano —y el monje se cuelga del sonido de las palabras y yo presiento la codicia y la decepción de mi padre. Él, que no se resignaba a perder, que no admitía un solo fracaso, tuvo que retirar sus tropas; no consiguió el ajedrez y tuvo que aceptar que Aben Ammar saboreara el doble triunfo. 

—¿Y aquella partida?

Claro. Es mejor que vuelva a las jugadas de mi padre, a sus cabezonadas de niño; el juego del ajedrez no hace ningún daño, y un rey debe saber perder, aunque se vea obligado a retirar sus  ejércitos.

—Mi padre presionaba en las tierras de al-Mutamid y del rey de Sevilla. Aben Ammar dirigía entonces las huestes de su señor; sabia que mi padre amaba el juego y conocía sus debilidades de coleccionista e hizo llegar hasta sus oídos el rumor de que poseía el más hermoso ajedrez que jamás fuera tallado y que estaba dispuesto a jugárselo. Mi padre aceptó el desafío.

Mi padre se dejó tentar; era el ajedrez a cambio de un deseo que Aben Ammar no formularía hasta el final de la partida. Cuando ganó, el moro puso condiciones: las tropas cristianas tendrían que alejarse de la frontera.

La parte final de la novela es una reflexión metaliteraria sobre el discurso, la palabra y la escritura. La narración termina en el momento en que su hijo decide reclamarla a la corte, poniendo fin a su cautiverio...

Y todo lo demás son vaivenes de una misma historia de encuentros y desencuentros; episodios de una larga partida de ajedrez.

Pieza de ajedrez medieval de procedencia española. Siglo XII. Museo Walters de Baltimore


FICHA TÉCNICA
LOURDES ORTIZ
URRACA
PUNTUAL EDICIONES. MADRID, 1982

2 comentarios:

Alejandro dijo...

¿es seguro que la pieza de la imagen es española?. No se yo, hay super especialistas al respecto; tiene todo el "aspecto" de ser similares a las llamadas de Carlomagno.

Mariano García Díez dijo...

Hola, Alejandro:

Así la tienen catalogada en el Museo Walters. Al parecer estaba en colecciones francesas hasta que el propio Henry Walters la compró en 1926.

Te pongo el enlace al museo donde vienen la ficha museográfica.

https://art.thewalters.org/detail/6861/chess-piece-of-a-queen/

Saludos cordiales.

Mariano