El volumen 313 de la colección Selección terror de la editorial Bruguera corresponde a una obra de Joseph Berna, titulada La muerte juega al ajedrez (Bruguera. Barcelona, 1979). Es uno más de los conocidos como «bolsilibros», literatura popular y barata (también se los conocía como «libros de a duro», porque eso costaron en una época: un duro, cinco pesetas, hoy en día tres céntimos de euro) de consumo rápido, de usar y tirar, genuina literatura de kiosko, pulp, realizada por escritores en régimen de semiesclavitud, que escondían sus verdaderos nombres detrás de seudónimos de sonoridad anglosajona, como Curtis Garland, Silver Kane o Joseph Berna.
Joseph Berna es realmente Jose Luis Bernabeu López (1946). Prolífico, como la mayoría de los escritores que se dedicaban a este tipo de literatura, llegó a tener un ritmo de cuatro entregas mensuales de novelas que rondaban las cien páginas. Aunque algún año logró escribir hasta sesenta y una. Y polivalente; lo mismo escribía obras de terror, que novelas del Oeste, Ciencia Ficción o policíacas. Sin embargo, la característica principal de Berna es el humor. La mayoría de sus obras están teñidas de él, aunque encajen en las características principales del género: un lenguaje sencillo, de fácil lectura, con grandes dosis de acción y todo el erotismo que la censura permitiese según el año de publicación.
La novela que traemos hoy es de 1979, época en la que este tipo de obras había entrado en decadencia, de la que no se recuperaría, frente a otros tipos de entretenimiento barato y masivo. La trama de La muerte juega al ajedrez es la siguiente. Un millonario reúne a sus cinco sobrinos para anunciarles que cree próximo su fin. Los va a nombrar herederos a partes iguales de su enorme fortuna, pero con una condición:
Como todos sabéis, a mí me encanta el juego del ajedrez. No soy un maestro, pero tampoco un jugador mediocre. Derrotarme, por tanto, no es fácil. Y eso precisamente, derrotarme, es lo que tenéis que hacer cada uno de vosotros, si queréis recibir vuestra parte de la herencia. Jugar al ajedrez conmigo al ajedrez y ganarme, aunque sólo sea una partida.
Difícil es describir la consternación que reinó entre los sobrinos del multimillonario al conocer la noticia, ya que casi ninguno sabía ni mover las piezas. Pero todos se lanzaron a aprender el juego, visitando clubes, contratando monitores y devorando libros. Sin embargo...
Lo que ninguno de ellos sospechaba es que antes tendrían que enfrentarse a un contrincante mucho más difícil de vencer que el viejo Conrad: la Muerte, que también juega al ajedrez.
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