La primera vez que oí hablar de strip chess fue en la película de Clive Donner What's New, Pussycat? de la que Uds. ya tuvieron cumplida noticia cuando hace unos meses glosamos la partida entre Victor Shakapopulis y la bella Tempestad O'Brian.
La segunda fue en un cuento de Jeffrey Archer, Chekmate, incluido en el volumen de 1988 A Twist in the Tale del que, al año siguiente, Grijalbo editó la versión española bajo el título de "Jaque mate" con traducción de Angela Pérez.
La historia es la siguiente: el narrador del cuento es el capitán de un club de ajedrez que está ejerciendo funciones de anfitrión en un torneo de aficionados. Mientras saluda a los jugadores rivales repara que entre ellos hay una mujer de las que en otros tiempos se hubieran definido como despampanantes: joven, vestido negro corto y ceñido y taconazos. Una belleza, además.
Nuestro héroe se queda prendado y pasa más tiempo observando a la chica que a sus propias partidas. Pronto saca la conclusión de que sus habilidades ajedrecísticas no iban más allá de las de una modesta aficionada. Terminado el encuentro y a fuerza de hacerse el encontradizo consigue que Amanda, así se llama ella, acepte tomar una copa en su apartamento. Una vez allí, y con el indisimulado propósito de pecar contra el sexto de los mandamientos, le propone jugar una partida de ajedrez y, para darle algo de aliciente, jugar por apuestas. Si gana ella le dará 10 libras. "Y si ganas tú" preguntó la cándida Amanda. "Te quitas una prenda", respondió nuestro galán. Después de hacer unos cuantos mohines, Amanda aceptó la apuesta.
Las partidas se sucedieron con rapidez, siempre favorables a nuestro don Juan. Fueron cayendo al suelo zapatos, ligas y medias y, por fin, el vestido. En paños menores como estaba, Amanda propone dejar el juego. Tan cerca ya del final y sin premio. Nuestro Casanova juega al copo: ofrece 200 libras por la última partida a cambio de las dos prendas que quedan sobre el cuerpo de Amanda. "Después de todo", dice, "has estado a punto de ganar la última". "De acuerdo", dijo ella, "un último intento".
La partida no tuvo historia. Amanda desplegó un juego impecable. Desarrolló sus piezas con rapidez y eficacia, se anticipó a cualquier intento de contrajuego de su rival, detectó y castigó todas las debilidades, muchas, de la posición de nuestro amigo y remató con un elegante golpe táctico.
Con un cheque de 200 libras en el bolsillo, Amanda se subió a un coche deportivo conducido por uno de los miembros del equipo rival mientras el narrador la miraba por la ventana. Un pipiolo.
Para ilustrar esta entrada hemos elegido una obra que nos viene como liga al muslo del saxofonista y fotógrafo Johannes Barthelmes.
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