Cuatro relatos escritos desde la memoria, pero desde una memoria indirecta, ya que el narrador, salvo en uno de ellos, no ha conocido directamente a los protagonistas de los relatos y tiene que recurrir a los recuerdos de otros para hacerse una idea del biografiado. Además, desde una memoria inventada, porque los personajes, pese a que una mirada apresurada podría pensar que son una reivindicación de algunas historias familiares olvidadas, en realidad pertenecen al terreno de la ficción.
En cualquier caso, todo trata de personas extrañadas, en el sentido de exiliadas, que debieron huir de su lugar natal obligadas por la fuerza —o por necesidad vital, que es, en el fondo, otra forma de decir lo mismo— y que, cuando pudieron regresar, se encontraron con que lo perdido solo podía ser recuperado en forma de nostalgia.
Como en otros libros de Vicente Valero —de él estamos hablando—, Los extraños tiene mucho de libro de viajes, pues los paisajes tienen una presencia significativa y los lugares suman su historia a la esencia de los personajes. Ibiza es el lugar del que parten y al que regresan, y la isla es también protagonista.
A Valero le interesa especialmente el ajedrez y lo incluye con frecuencia en sus obras, sobre todo en Duelo de alfiles, de la que escribimos aquí una breve nota. Ya en la primera historia de este libro tenemos una presencia incidental del ajedrez —aunque quizá no lo sea tanto, dado el gusto por los detalles que el autor manifiesta a lo largo de su obra—. Un aviador español destinado a Cabo Juby, en lo que entonces era la zona sur del protectorado español de Marruecos, coincide con Antoine de Saint-Exupéry, también destinado allí dentro de una misión militar francesa, entre 1927 y 1928. El escritor francés empleaba parte del abundante tiempo libre de que disponía en adiestrar un camaleón, escribir cartas y jugar al ajedrez contra los oficiales españoles.
En la segunda historia el ajedrez es, sin embargo, el núcleo central. El protagonista, el tío Antonio, es un profesional. Emigrado a Argentina nada más salir de la adolescencia, donde tenía familia, perdió todo contacto con sus parientes españoles hasta que un día, ya mayor, se presenta en la isla.
Su figura queda retratada a grandes rasgos: una persona sin familia, errante, bueno para una sola cosa —jugar al ajedrez, claro—, políglota y entregado con constancia absoluta a este juego. Como anécdota, se nos informa de que solo tiene un libro que no sea de ajedrez, y ni siquiera fue capaz de leerlo del todo (por si sienten curiosidad, se trata de Le Hussard sur le toit, de Jean Giono).
En el relato se explica cómo se gana la vida un jugador de ajedrez, además de los magros premios de los torneos: colaboraciones en revistas, clases, muchas clases, escritura de libros, exhibiciones de simultáneas, también a la ciega, más clases: en colegios, en academias… En cierto punto, se dice que fue miembro del equipo de analistas de Miguel Najdorf cuando este estaba en el cénit de su carrera.
Bien tratado el tema del ajedrez en general, aunque tengo que hacer dos salvedades. Un jugador del nivel que se supone que tiene el tío Antonio no necesitaría un tablero para resolver los problemas de los periódicos. Y resulta poco probable que Miguel Najdorf, que, pese a estar entre los mejores del mundo en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, tuvo que compaginar el ajedrez con otra profesión durante gran parte de su vida, pudiera permitirse contar con un equipo de analistas.
Los extraños es un libro profundamente lírico, en el que la precisión del lenguaje no atenúa, sino que intensifica, la emoción de lo perdido.
LOS EXTRAÑOS
PERIFÉRICA. CÁCERES, 2024



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