El libro infierno es una novela de 2002 del ítalo-español Carlo Frabetti (1945). A la manera de Dante, este libro relata un descenso a los nueve círculos infernales. Solo que el infierno es una biblioteca y el demonio es el propio bibliotecario. Como hemos visto en otras ocasiones, Frabetti es muy crítico con los que dedican demasiado tiempo al ajedrez.
Otras entradas sobre Carlo Frabetti.
EL QUINTO CÍRCULO
—Éste es el Quinto Círculo, el de los iracundos y los acidiosos —dijo el demonio...
(...)
—La amenaza es peor que la ejecución —intervine para cortar su acceso de elocuencia incontenida.
—Así es —dijo reabsorbiendo su metafórico (o metonímico, según se mire) ojo compuesto—. Y no en vano has evocado esa vieja máxima ajedrecística, pues hay aquí numerosos tratados de ajedrez.
—¿Tratados de ajedrez? —repetí con incredulidad—. ¿Qué tienen que ver con la ira?
—Mucho. Y también con la acidia, su vicio contrario.
—¿Por qué la ira y la pereza son vicios contrarios?
—En primer lugar, «acidia» y «pereza» no son términos estrictamente sinónimos. La acidia es (o puede ser) también negligencia, desidia, indolencia, flojedad, incluso melancolía... Y puesto que la ira es una exuberancia de energía mal encauzada, un entusiasmo negativo y desmesurado, la acidia, como bien sabía el colérico Dante, es su vicio contrario-complementario, la otra cara de la (falsa) moneda. Volviendo al ajedrez, tomárselo en serio (es decir, olvidar que es sólo un juego) supone una excesiva y perversa concentración de la energía, de esa forma degradada de la energía vital que es la competitividad. El ajedrecista (el que toma en serio el ajedrez) pone las tres potencias del alma (memoria, entendimiento y voluntad) al servicio de una obsesiva y feroz lucha por la supremacía, cuyo objetivo es la aniquilación simbólica del contrincante. Basta observar el entrecejo de un Kaspárov para darse cuenta de que el ajedrez (su ajedrez, el de muchos) es un álgebra de la ira. Y por otra parte, paradójicamente (pero una paradoja no es sino una verdad cabeza abajo), el ajedrez es una ocupación típica de los indolentes y los melancólicos, de los que dan la espalda a la vida... La vida es demasiado corta para jugar al ajedrez (para tomárselo en serio, quiero decir), y por eso es un vicio propio de los seudointelectuales y los eruditos, pero no de las personas realmente inteligentes...
—No me negarás que en el ajedrez se demuestra y se ejercita la inteligencia —repliqué un tanto molesto, dada mi afición al juego.
Tras dedicarme una mirada displicente, el bibliotecario puso cara de narrador oral y dijo:
—Había una vez un rey que buscaba un consejero. Se presentaron varios candidatos, y el rey los puso a prueba jugando con ellos al ajedrez. Sólo dos consiguieron ganarle, y los demás fueron despedidos. A continuación, el rey dispuso que los dos candidatos que le habían ganado se enfrentaran a lo largo y ancho de doce partidas, y uno de ellos las ganó todas. Y para sorpresa de sus cortesanos, el rey eligió como consejero al perdedor, decisión que justificó en estos términos: «Jugar bien al ajedrez suele ser signo de inteligencia, pero jugar muy bien suele ser signo de necedad o locura, pues sólo un necio o un loco le dedicaría a este juego todo el tiempo y el esfuerzo que requiere llegar a dominarlo».
—Hay aquí muchos libros, y no creo que sean todos de ajedrez —dije tras una pausa.
EL LIBRO INFIERNO
Tu apólogo de los ajedrecistas es muy instructivo. Hay que ser un necio para dedicar más tiempo a jugar al ajedrez, o a escribir, que a vivir.
CARLO FRABETTI
ALFAGUARA. MADRID, 2002
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