En 1993 se celebró en Oviedo el III Torneo Internacional de Ajedrez «Príncipe de Asturias». Fue un torneo memorable por muchos motivos.
Por el número de participantes: 593 de carbono y 2 de silicio.
Por los países representados: cuarenta y seis.
Por los jugadores, cuya nómina incluía a futuros campeones del mundo, como Anand; a campeonas del mundo, futuras y pasadas, como Zsusza Polgar, Maia Chiburdanidze y Nona Gaprindashvili; a grandes jugadores del momento como Salov, Timman, Smirin y un larguísimo etcétera; a leyendas del ajedrez como Lajos Portish y David Bronstein; a todos los españoles punteros de la época: Illescas, Rivas, Bellón, San Segundo y otros muchos. Y por la presencia de Manuel Álvarez Escudero, en el puesto 182 del orden de fuerza, quien aún hoy en día, a punto de cumplir 103 años de edad, sigue dando disgustos en el Club de Ajedrez Moratalaz delante del tablero.
Y también por las manifestaciones culturales que lo acompañaron. Se exhibieron las películas La fiebre del ajedrez (Vsevolod Pudovkin y Nikolai Shpikovsky, 1925) y En busca de Bobby Fischer (Steven Zaillian, 1993). Y hubo concursos, de fotografía —ganado por Javier Salas— y de literatura, con el ajedrez como tema obligatorio.
El concurso literario fue ganado por el escritor asturiano Pepe Monteserín (1952) con un relato titulado La dama de cedro. La obra fue publicada por la editorial Jaque en el libro III Torneo Internacional de Ajedrez «Príncipe de Asturias» realizado por un equipo coordinado por Leontxo García.
La obra consiste en un monólogo de la dama blanca de un juego de ajedrez que perteneció al cuarto campeón del mundo, el francés de origen ruso Alexandr Alekhine. Desde su origen en un bosque de Folkestone, pero de «sabia libanesa», la dama cuenta su vida al lado de su torpe rey, hasta que llega al servicio de su Señor; sus luchas en el tablero y sus relaciones con los otros trebejos; las victorias, las escasas derrotas, el tacto de las manos del Maestro que transforman su inerte madera en el vehículo de la creación; el dolor y la alegría que experimentó cuando fue sacrificada para dar un mate Anastasia; y sobre todo el enfrentamiento contra Marshall en el torneo de Baden-Baden de 1925, que es el hilo conductor del relato, donde padeció la ignominia de que Alex promocionara otra dama en el tablero que compitiera con ella («una reina de cedro y una querida de pacotilla»); hasta la muerte del campeón en Estoril en 1946, luego de la cual ya no hubo victorias, ya no hubo arte, ya no hubo vida si no de forma ocasional.
Un lenguaje deslumbrante en un escritor prácticamente nobel en el momento de presentar la obra a concurso, con gran riqueza lingüística y profundidad de conceptos. Pese a la brevedad del relato, Monteserín logra introducir una gran variedad de tópicos ajedrecísticos: mates como el del Loco, el Anastasia o el de espejo; el concepto de hole; referencias a Sissa, el concepto de amaurosis scacchistica, un fenómeno que ciega hasta a los mejores ajedrecistas en algún momento; la escuela hipermoderna de ajedrez; jugadores como Marshall o Lasker; e incluso variantes como el ajedrez marsellés o el ajedrez birmano.
El jurado que falló en favor de La dama de cedro estuvo compuesto por Josep Mª Gironella, Josep Mercader, Arturo Pérez Reverte y José Luis Roca. Fernando Pérez Ramos actuó coo secretario.
Unos años después, el escritor incluyó este relato en la antología El viajero que huye, editado por Lengua de Trapo (Madrid, 1999).
La dama que encabeza estas líneas no es, evidentemente, de cedro. Es de la resina sintética con la que el British Museum fabrique las reproducciones del llamado «Ajedrez de Lewis» a los turistas que se acercan por allí.
La partida Alekhine vs Marshall se desarrolló de la forma que sigue:
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