sábado, 25 de julio de 2020

EL DILEMA DE SPASSKY

La primera novela de Juan Carlos Domínguez, profesor de Filosofía del Derecho y antiguo directivo de la Federación Canaria de Ajedrez, plantea un interesante problema relacionado con el ajedrez, como su título, El dilema de Spassky, anticipa.

La novela, bajo la apariencia de una historia de intriga, con muertes sospechosas e intereses encontrados, plantea la vieja oposición entre la tradición y la modernidad o, dicho de otro modo, entre el conservacionismo y la gentrificación que nuestro mundo globalizado ha puesto en el centro del desarrollo económico.



Un joven periodista canario va a cubrir la muerte de un arqueólogo peninsular que está trabajando en la excavación de un antiguo convento franciscano. Lo que parecía un accidente laboral sin más pronto toma un aspecto preocupante. La obra está en el centro de un conflicto clásico entre conservacionismo y desarrollo económico.

Nuestro protagonista está pasando un mal momento personal. Abandonado por su mujer, sin hogar, duerme un viejo barco que le ha dejado un amigo. Es bohemio y escéptico, aunque sin llegar a ser un cínico. Desde el principio sabemos que es aficionado al ajedrez

Me levantaba temprano, comía por la playa, leía cuentos de Monterroso, por las noches jugaba al ajedrez por Internet.

Además tiene interiorizado el juego hasta el punto de referenciar la realidad con comparaciones alusivas al juego. Me explico. La primera vez que acude a la excavación observa que los arqueólogos han cuadriculado el terreno con un eje numérico y otro alfabético. Se detiene delante de h8 y comenta que en vez de una torre negra hay un agujero.

El planteamiento básico queda rápidamente claro. Una muerte —posteriormente serán dos— sospechosa en un contexto que plantea el enfrentamiento entre un grupo de inversores, que quieren convertir en un resort de lujo un ruinoso monasterio situado en un lugar dejado de la mano de dios (sin ningún respeto por la fidelidad histórica, claro está) con un grupo ecologista, ruidoso pero con poco apoyo económico y político. El pueblo se divide igualmente entre los que ven el negocio y los que apelan a las tradiciones y al fundamentalismo religioso para oponerse.

El desarrollo del argumento se pierde quizá en demasiadas vueltas: la historia de la majorería, la de Betancuria, la de Raimon Llull —todas ellas fascinantes, desde luego—, los problemas del turismo y el desarrollo económico frente a la protección del patrimonio y las costumbres autóctonas. Al autor le pasa factura su propia erudición —por ahí deambulan Freud, Jung y hasta Propp y sus teorías sobre el cuento tradicional— y una acusada tendencia a querer meterlo todo en el libro. Tanto hay que a veces se nos olvida de qué va la historia.

Al final, en un giro inesperado y ciertamente original, descubrimos que no hay caso o, al menos que este no era lo que los protagonistas habían pensado. Lo que había sucedido era más banal —ruego que no se lea como peyorativo—: infidelidades, intereses económicos, xenofobia (que ya sabemos que casi siempre es aporofobia). En fin, la vida misma...

Y pasando a lo que nos interesa, que es el ajedrez, vemos que ya desde el título está presente en la novela: El dilema de Spassky. En muchas novelas, especialmente en las de serie negra, se da un encuentro entre los antagonistas, encuentro en el que se miden, se estudian y calculan sus fuerzas. En El dilema de Spassky este hecho se da entre el periodista protagonista y un empresario que tiene todos los pronunciamientos favorables para ser el malo de la película. Este encuentro se da entorno a una partida de ajedrez. Ambos personajes son aficionados y tienen idea, aunque sea somera, de aperturas, estrategia e historia del juego. La partida que disputan transcurre por los senderos de la variante Najdorf de la defensa Siciliana, una de las más populares del ajedrez magistral. Concretamente juegan la subvariante llamada «del peón envenenado», la favorita del undécimo Campeón del Mundo de Ajedrez, Robert James Fischer.

Mientras los personajes se tantean, nos enteramos del desarrollo de la partida.

1. e4 c5 2. ♘f3 d6 3. d4 cd4 4. ♘d4 ♞f6 5. ♘c3 a6 6. ♗g5 e6 7. f4 ♛b6 8. ♕d2 ♛b2 9. ♘b3 ♛a3 10. ♗f6 gf6 11. ♗e2 h5 12. O-O ♞c6 13. ♔h1 ♝d7

Se ha seguido jugada a jugada la undécima partida del match por el título del mundo disputado entre Boris Spassky y Robert Fischer en Reikiavik en 1972. En este momento, después de la decimotercera jugada de las negras, el empresario, que defendía ese bando, dice al periodista que debe «enfrentarse al dilema de Spassky». Ante la incomprensión de su rival, le explica lo que quiere decir: Antes de comenzar el match, se suponía que uno de los talones de Aquiles de Fischer era la previsibilidad de sus aperturas. Era de suponer que Spassky estaría bien preparado contra el repertorio habitual de Fischer (peón envenenado incluido). Fischer se encargó rápidamente de echar por tierra aquella presunción empleando un buen número de de aperturas inéditas en su práctica anterior. Así pues, en la undécima partida, Spassky podría por fin verificar lo acertado de su preparación teórica. El dilema sería que durante la partida, el campeón ruso descubriría una jugada no prevista en sus análisis caseros. Dicha jugada parecía ser mejor que lo analizado por su equipo, pero por supuesto, era más arriesgado. ¿Debía Spassky arriesgarse o no? ¿Seguir su inspiración o resignarse a lo ya conocido? ¿Qué repercusión podría tener su decisión? ¿Podría ser considerado un acto de individualismo (un grave defecto a los ojos de la ortodoxia soviética)?


Posición en que se planteó el supuesto dilema de Spassky

El empresario plantea esta cuestión de forma deliberada. Está intentando corromper al periodista. Pone ante él lo que a su modo de ver fue «el dilema de Spassky»: seguir instalado en sus pequeñas certezas o arriesgarse a entrar en un terreno desconocido pero excitante.

Spassky jugó 14. b1 después de más de veinte minutos de reflexión. Arguyó que había encontrado la jugada sobre el tablero y que no era, por tanto, fruto de la preparación casera. Habría escogido, pues, lo nuevo. En la época era un lugar común hablar de la «pereza» de Spassky a la hora de prepararse y estudiar. Siempre confiando en que sabría encontrar las respuestas sobre el tablero. En cualquier caso, es casi seguro que debió ir bien preparado contra el repertorio de Fischer, en el que el peón envenenado ocupaba un lugar destacado. Sin embargo, no se menciona en la novela que en la séptima partida del match ya se había jugado la variante del peón envenenado. En esa partida, Spassky eligió una jugada diferente. Fischer se había puesto por delante en el marcador después de su victoria en la sexta partida. Es de suponer que lo que tuviera preparado el laboratorio soviético fuera lo jugado en esa partida (que terminó en tablas después de un juego muy complicado y en el que ambos jugadores desperdiciaron ocasiones). Lo sucedido en la undécima sería solo el plan B, algo preparado en Reikiavik sobre la marcha, o algo que efectivamente Spassky halló sobre el tablero.

Los críticos con Spassky argumentan que la casi media hora que el soviético empleó en 14. b1 la empleó en recordar las variantes o incluso en disimular para que Fischer se confiase. Todo, defienden, fue fruto del laboratorio soviético; nada del ajedrecista ruso. Redundando en esta idea, los partidarios concluyen que Fischer decidió entrar en esa línea —recordemos que a lo largo del match había evitado las líneas habituales de su repertorio— porque la ventaja de tres puntos que llevaba en el marcador le animó a provocar a Spassky para saber lo que Moscú había preparado contra él (de nuevo nos olvidamos que en la séptima partida ya se había jugado esa variante).

Para el empresario, el dilema planteado era la duda entre aceptar una idea nueva o plegarse a lo conocido. El periodista entiende que el verdadero dilema se planteaba entre pensar por sí mismo o aceptar lo que otros habían pensado por él.

Nunca sabremos si Spassky se enfrentó a un dilema en la undécima partida de Reikiavik (yo creo que no) pero si se había enfrentado a uno muy poco tiempo antes, Y lo había despejado de forma inequívoca. Y era un dilema importante. Simplemente jugar el match. Es sabido que desde Moscú le ordenaron volver después de la incomparecencia de Fischer en la segunda partida. Muchos lo hubieran entendido, porque el norteamericano parecía empecinado en hacer inviable el encuentro con continuos desplantes hacia la organización y su rival. Spassky resistió las presiones de su gobierno (por lo que tuvo que sufrir represalias en el futuro) y quiso jugar pasara lo que pasara. Pero que pasara delante del tablero. Probablemente ni siquiera fuera un dilema. Quizá fue solo una cuestión de ética.




FICHA TÉCNICA
JUAN CARLOS DOMÍNGUEZ
EL DILEMA DE SPASSKI
EDICIONES IDEA. SANTA CRUZ DE TENERIFE/LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 2010
ILUSTRACIÓN LLÜISA SIMÓN I GISPERT


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