martes, 5 de abril de 2011

EL RIZO

En 1973, Robert Littell saltó a la fama gracias a su primera novela, The Defection of A. J. Lewinter (La deserción de A. J. Lewinter) que fue editada en España con el título de El rizo. Es una novela de espías, ambientada en la guerra fría, en la que se comparan las estrategias que desarrollaban los servicios de inteligencia de los U.S.A y de la U.R.S.S. para conseguir sus fines con las que emplean los ajedrecistas en el desempeño de su labor.

La novela está estructurada como si de una partida de ajedrez tratara, siendo sus capítulos: la apertura, la defensa, la mitad de la partida (una mala traducción de the middle game, los ajedrecistas diríamos el medio juego), el gambito, el final de la partida y el peón pasado. Lo que viene a ser lo mismo que aquello de exposición, nudo y desenlace que aprendimos en la escuela, pero en versión ajedrecística.

La deserción de un científico estadounidense es el punto de arranque en torno al que gira toda la trama argumental del libro. A partir de ahí se insiste mucho en el sentido de "juego" que tiene el quehacer de los espías. Según uno de los representantes del bando americano:
Es casi como un juego. Tú piensas una jugada. Después piensas cómo interpretarán ellos esta jugada y cuál será su respuesta. Y tratas de adivinar si ellos piensan que tú piensas cuál será su próxima jugada. Es una especie de ajedrez, Sarah. Hay jugadas evidentes, lógicas, y a veces se hacen. Pero siempre se está buscando la innovación brillante, el destello de imaginación o de intuición que se produce en una de cada cien partidas.
En este contexto, la sola mención de la palabra gambito en el título de un capítulo  da un  matiz decididamente siniestro a la comparación. Cosa que es inmediatamente corroborada desde el bando soviético:
-Mi profesión no es el espionaje, sino una especie de juego. Soy tu peón agresivo. Trato de imaginarme lo que están haciendo los americanos. Y ellos tratan de adivinar lo que hacemos nosotros. Después yo trato de averiguar lo que ellos piensan que hacemos nosotros. Y ellos tratan de adivinar lo que pienso que ellos piensan que hacemos. Y así indefinidamente.

-Suena como algo bastante parecido al ajedrez, salvo que tu jaque mate suele ser más doloroso que el mío.
La novela repasa un gran número de lugares comunes ajedrecísticos,  con mayor o menor acierto según los casos. Por ejemplo, el buen nivel de vida que disfrutaban los jugadores de élite en la U.R.S.S. Habla Zaitsev, un gran maestro disidente:
No puedo quejarme. Vivo bien. Ahora soy gran maestro, lo cual me da derecho a un buen estipendio. Me levanto a las diez, tomó una taza de te y después trabajo cuatro horas, si es que se puede llamar trabajo a esto. Doy lecciones a varios estudiantes adelantados (...) Juego tres o cuatro torneos al año y gano siempre.
Curiosamente hubo dos ajedrecistas profesionales soviéticos de apellido Zaitsev: Alexander Nikolaievich, que llegó a ser subcampeón de la U.R.S.S. en la edición de 1968/9, y el que fuera durante muchos años analista de Karpov, Igor Arkadievich, quien además dejó unido su apellido a una popular variante de la apertura española. No tengo noticias de que ninguno de los dos fuera disidente por lo que supongo que la coincidencia de apellidos es casual.

El ajedrez como juego de guerra, y por lo tanto esencialmente masculino, no podía  dejar de aparecer por estas páginas:
¿Sabes jugar al ajedrez? ¿No? Pocas mujeres juegan al ajedrez. Es un juego de hombres, un juego realmente cruel, de astucia y de crueldad. Es guerra y agresión y juego y audacia, todo en una pieza.
Otro tópico, que se estrena con esta entrada en Artedrez pero que tendrá un largo recorrido, es el que podríamos llamar la partida mortal. Se trataría de disputar una partida de ajedrez en la que se asignaría a treinta y dos personas el destino de los distintos trebejos  durante el juego. Cada persona, una pieza; y cada pieza capturada acarrearía la muerte de la persona por ella representada:
-A menudo he soñado jugar al ajedrez con personas vivas. Las piezas capturadas tendrían que morir...

-¿Serías capaz de hacerlo? -le interrumpió ella en voz baja- ¿Serías capaz?

-Sé que podría hacerlo. Podría incluso sacrificar, entregar a un hombre para conseguir una buena posición.
Después de esto, el siniestro presagio del que hablábamos más arriba se va convirtiendo en una amarga certidumbre.

Como curiosidad, fue en esta novela donde leí por primera vez una palabra que ha terminado por ingresar en la jerga de los ajedrecistas: kibitzer. Un kibitzer es un mirón, de esos que en tiempos menos puritanos se suponía que eran de piedra y daban tabaco. Aunque no es exclusivo del ajedrez, de hecho en la novela se refiere a una persona a la que gusta ver juegos de cartas, es  un personaje típico e inevitable en cualquier lugar donde se disputa una partida.

Los ilustradores de las ediciones españolas lógicamente se inspiraron en el ajedrez para realizar sus obras. La primera edición en español, editada por Plaza y Janés en 1974, presentaba una sobrecubierta firmada por Álvaro en la que dos piezas de ajedrez, una con un sombrero de tío Sam y la otra con un tradicional gorro ruso de piel, manipulan a un hombre mecánico sobre un fondo escaqueado.



Y la primera edición en bolsillo, la de la celebérrima colección "Reno" de G.P. Ediciones, publicada en 1977, también se inspiraba en el ajedrez en su sobrecubierta:


Por desgracia, desconozco el autor de esta ilustración por lo que agradecería muchísimo cualquier información al respecto.

FICHA TÉCNICA
ROBERT LITTELL
EL RIZO
PLAZA & JANÉS. BARCELONA, 1974
TRADUCCIÓN DE J. FERRER ALEU


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