Uno de los invitados frecuentes de ARTEDREZ, como saben los lectores constantes de este blog, es Rafael Reig, cuyo interés por el ajedrez es antiguo, pertinaz y genuino. Pocas son las obras de su autoría en las que no aparezca mencionado el juego, algunas con bastante importancia en su trama (en este enlace el lector interesado puede encontrar lo que hemos escrito sobre el tema, de momento). También es jugador de torneo, con un ELO de 1464, a julio de 2024, y participa en la Liga Madrileña por Equipos representando al Club Al Paso, de Cercedilla.
Su última novela es Cualquier cosa pequeña (Tusquets. Barcelona, 2024) y no hemos quedado defraudados. En ningún sentido.
Es una novela de espionaje, de servicios de inteligencia, de asesinos profesionales y crímenes por encargo, ambientada en una pequeña isla atlántica, antigua colonia británica y ahora pequeño estado independiente. Pero, como es costumbre en Reig, lo importante no es lo que pasa sino cómo se cuenta, cómo se dice. Con mucho humor con un narrador que usa un lenguaje que fluctúa entre los más doctos latinajos y las más deslenguadas expresiones coloquiales, la historia se va desentrañando hasta su (in)esperado final.
Pronto nos enteramos de que uno de los asesinos, Doyle, «cuando no tenía encargos, pintaba acuarelas en Maine o en Isla Chica y estudiaba partidas de ajedrez». La vida de los asesinos a sueldo suele ser solitaria por su oficio, por ello cuando se encuentran casualmente dos de ellos y descubren que tienen muchas afinidades no es de extrañar que surja el amor:
—Mademoiselle, soy Peter Doyle —le revela él y le tiene la mano—. Lector, me gusta la música y juego al ajedrez.
—Corina de Sousa, lectrice, me gusta la música y tengo Elo FIDE de más de mil ochocientos. ¿Que prefiere usted los alfiles o los caballos?
—Alfiles.
—No esperaba menos, son muy masculinos, con su diseño fálico, van en diagonal y no pueden cambiar de color, los muy obtusos. Las mujeres somos más de caballos, saltamos por encima de los demás, con movimientos complicados que siempre nos llevan a un color distinto.
(...)
—Cuando era joven —dice ella—, perdía partidas que tenía ganadas. Ya sabe, es la frase más oída entre los ajedrecistas: la tenía ganada, pero...
—Tiene razón —se ríe él—, es lo que decimos todos.
—Con la edad he aprendido a ganar partidas que tenía perdidas, esa es la diferencia. Creo que ahora los dos juntos vamos a ganar la partida que ambos teníamos perdida.
—En Isla Chica tengo un tablero.
—Considéralo una partida que termina en tablas: no ganas, pero tampoco pierdes.
—Te esperaré, podemos ir de pesca y beber juntos, y jugar alguna partida, como en la guerra.
—Pero no me vuelvas a proponer unas tablas: no las aceptaré —advirtió Loyola.
—De acuerdo. Estas han sido unas tablas por jaque continuo, no te las he ofrecido, te las he impuesto.
(...)
—Tomemos otra.
Eso hicieron, y hablaron de los pompis de las mujeres —como llamaba Ginés en su idiolecto a lo que el resto de los mortales llamamos culos—, de algunos personajes de Galdós y de ciertas variantes de la Siciliana que entonces estaban en boga y sujetas a discusión, y hoy ya están refutadas.
Además de esto, dos personajes de la novela, que son miembros del KGB, se llaman Mijaíl Chigorin (como el dos veces subcampeón del mundo), del que se aclara que es descendiente del ajedrecista, y Mijaíl Alapin, del que no se nos dice si tiene algún parentesco con Semión Alapin, destacado jugador ruso del principios del siglo XX y autor de una irritante variante contra la defensa Siciliana.
CUALQUIER COSA PEQUEÑA
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