miércoles, 25 de noviembre de 2020

ETCHENAIK

Juan Sasturain (1945) es un prolífico escritor, periodista, guionista de cómics y presentador de programas culturales en la televisión argentina.


Entre los muchos palos que ha tocado Sasturain está la novela policiaca con tres títulos —Manual de perdedores (1985), Arena en los zapatos (1982) y Pagaría por no verte (2008)— que conforman lo que se conoce como la trilogía de Etchenique.


Julio Etchenique es un expolicía que decide poner en marcha una agencia de detectives en Buenos Aires en la época del llamado Proceso de Reorganización Nacional, el eufemismo que encubría la dictadura de las sucesivas Juntas Militares que gobernaron el país desde 1976 hasta 1983. Junto a él trabajan dos improbables ayudantes: el gallego Tony García, excamarero del bar «Ramos», donde Etchenique pasaba sus veladas de jubilado bebiendo ginebra y comiendo saladitos, y el negro Sayago, exboxeador, exmatón y galán crepuscular.


Etchenike, como algunos artistas —Mondrian perdió una de las aes de  su apellido original (Mondriaan) cuando abandonó la figuración por el neoplasticismo— alteró su nombre cuando decidió hacerse detective privado. El viejo Etchenique dio paso al nuevo Etchenaik (en algunas novelas escrito Etchenike).


Las novelas de Sasturain son ricas en referencias literarias del género negro en su versión hard boiled. Philip Marlow, Lew Archer o Sam Spade —los dectectives de Raymond Chandler, Ross Mcdondald y Dashiell Hammett respectivamente— son citados repetidas veces y también los son sus alter ego cinematográficos: Robert Mitchum, Humphrey Bogart... Pero no acaba aquí el catálogo de autores de novela negra citados, que tiende al infinito: Horace McCoy, Mickey Spillane, David Goodis, James Hadley-Chase, Jim Thompson, James M. Cain, George Simenon, Agatha Christie; amén de los argentinos: Tizianni, Sinay, Martini, Urbany, Soriano y Piglia. Y aún otros autores que solo tocan tangencialmente lo policiaco, como Onetti, Artl, Bioy-Casares, están presentes en sus novelas.


Con razón se dice que el personaje del Sasturain, como don Quijote, se había vuelto loco después de tantas lecturas y se había lanzado a la aventura de ser detective privado con el gallego García, como su Sancho Panza, a su lado.


A la estela del Philip Marlowe de Raymond Chandler, Julio Etchenaik juega al ajedrez. Lo juega en La Academia, un bar que existe realmente y en el que todavía se juega al ajedrez:


—¿Fue tablas, nomás?  —dijo el gallego.


—Sí, ese turro aprende demasiado rápido.


—Si se enteran en La Academia de que ya no le ganas ni al cafetero te van a prohibir la entrada.


—No levantes la perdiz… ya no me dejan entrar.


—Mira… No te preocupes —dijo seriamente Tony—. Yo hasta el año pasado estuve entre los cincuenta mejores tableros del Centro Gallego y ahora, hace unos meses, no sé qué me pasa.


Etchenaik cerró con un golpe el cajón desde donde guardaba las piezas y el tablero. 

(Manual para perdedores)


En La Academia mantiene contactos que le son útiles en el transcurso de sus investigaciones:


Esos veteranos que van a jugar al ajedrez a La Academia.


(Arena en los zapatos)

Aunque suele preferir jugarlo en su oficina de la Avenida de Mayo:

La voz de Cacho sonó displicente y triunfal. Etchenike clavaba el mentón en los puntos superpuestos sobre el escritorio y hacía fuerza con los hombros y las cejas par encontrar una variante ganadora a ese estúpido final de caballos y peones.


—Tablas clavado, viejo —repitió el cafetero y acomodó los vasitos colocados en bandolera. Nunca abandonaba sus elementos de trabajo cuando jugaba, sentado en el borde de la silla y siempre dispuesto a irse.


—Pará —dijo Etchenike imperativo.


La mano del veterano avanzó titubeante hasta un peón lateral pero se retrajo, decepcionada. Cacho hizo ruidos con la boca.


Estaban tan metidos en la partida que Tony García tuvo tiempo para sacarse el saco y mirarlos un momento antes de que su socio lo saludara distraído y volviera a intentar con el peón.


(Manual para perdedores)


Pero no solo lo juega, cuando no tiene rival se dedica a estudiarlo. En su portafolios lleva:


una selección de las mejores partidas de Tigran Petrosian.


(Manual de perdedores)


Después se fue al armario, sacó el tablero y la caja con los trebejos de ajedrez y se sentó son un librito de Ludeck Pachman a reconstruir partidas del Torneo de Candidatos de Manila ‘67.


(Manual de perdedores)


Ilustración de Hernán Haedo para la primera edición de «Manual de perdedores». Legasa; Buenos Aires, 1985.


Aquí, sin embargo, la documentación le falló de forma estrepitosa a Juan Sasturain. En 1967 no se disputó ningún Torneo de Candidatos y por lo tanto Luděk Pachman no pudo escribir un libro sobre él. El que sí escribió un libro fue el propio Etchenaik:


—Juega bien —dijo.


—Contale del libro —se cruzó el gallego.


—¿Qué libro? —se interesó Giangreco.


—Tiene escrito un libro de ajedrez…. Algo así como «Cómo ganar partidas rápidas». Nunca se publicó pero está terminado.


—Ni se va a publicar —concluyó Etchenaik volteando las piezas como si fuera un viento definitivo, decretando el final.


Se levantó y comenzó a caminar por la habitación:


—Creo que hay que cambiar la mano de las recetas para el éxito o el triunfo… Habría que escribir un libro útil, al alcance de todos, de instrucciones para la derrota. Eso… Porque yo no le puedo enseñar a nadie a ganar al ajedrez o a nada. Tendría que ser una especie de recetario del perdedor vocacional. Porque hoy, ¿a quién le vas a enseñar a ganar?


Y ya no hablaba de ajedrez. del truco de gallo o de cómo pasar de cadete a jefe de sección sin escalas. Hablaba de todo y algo más:


—Hay que enseñar a perder, viejo: con altura, con elegancia, con convicción. Hay que escribir un Dale Carnegie al revés. «Cómo perder seguro» o «Derrótese usted mismo en los momentos libres», algo así… Y sería un éxito, porque le hablaría a la gente de lo que conoce. Eso necesitamos: un manual de perdedores.


(Manual de perdedores)

A veces, son sus ayudantes los que juegan al ajedrez mientras esperan el resultado de las investigaciones de su jefe:

Etchenike encontró a Tony y a Sayago jugando al ajedrez. No se hubiera podido decir que lo esperaban. Al oírlo llegar apenas levantaron la cabeza del tablero en el que deambulaban —seguramente desconcertadas— sus últimas piezas.


—No se alarmen —dijo el veterano—. El pronóstico anuncia sudestada y vientos de ciento cincuenta kilómetros pero ustedes tranquilos, el ajedrez no se suspende por lluvia.


Es lo bueno que tiene —dijo el gallego.


Etchenike se sacudió como un perro y regó trebejos y jugadores con la lluvia fina de su impermeable empapado.


Los grandes maestros se echaron para atrás.


—¿Qué hacés?


Etchenike se sacó el piloto y lo extendió cuidadosamente sobre la mesita, tapando la partida.


—Es clave que el tablero no se inunde —precisó.


—Ya terminábamos,,,


—Tablas —decretó.


Los contendores ni se mosquearon. Sin queja ni escándalo levantaron la cobertura mojada y discutieron brevemente la disposición correcta de las piezas en la cuadrícula.


(Pagaría por no verte)


Juan Sasturain en el Club de Ajedrez de La Plata durante la grabación de un episodio del programa de televisión «Ver para leer».


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