En Agosto, por las tardes, los aficionados parisinos se reúnen en los jardines de Luxenburgo a jugar al ajedrez. Este día hay una partida especial. Juega Jean, un hombre desaliñado de unos setenta años, que es el mejor jugador de todos los que frecuentan el parque, y un joven desconocido, guapo y elegante. Los mirones, que siempre han perdido ante Jean, sienten que el desconocido es un gran jugador y que ese día van a contemplar por fin la derrota del anciano.
La corriente de simpatía hacia el joven desconocido es de tal magnitud que confunden su torpeza en el manejo del juego con una profunda estrategia, ininteligible para ellos, pero que al final desvelará su objetivo y acabará con la resistencia de Jean. Esta sensación se mantiene incluso cuando el joven pierde la dama en un cambio desigual; siguen pensando que es el inicio de una brillante combinación. Pero poco a poco, el juego cauteloso de Jean se va imponiendo y logra la victoria final.
Esto es en esencia el argumento del relato Un combate del escritor alemán Patrick Süskind. La parte final del relato, en la que Jean se queda solo en el parque mientras guarda su juego de ajedrez, recoge las amargan reflexiones del ganador:
«Mientras tanto, según su costumbre, repasaba mentalmente cada jugada y situación. No había cometido un solo error, por supuesto. Y, no obstante, le parecía que nunca había jugado peor. En realidad, hubiera debido dar mate a su adversario en la fase inicial. Quien hiciera una jugada tan lastimosa como aquel gambito de dama demostraba ser un ignorante del ajedrez. A estos principiantes Jean solía liquidarlos, con más o menos benevolencia, según el humor, pero con soltura y sin vacilar. Evidentemente, esta vez le había faltado visión para descubrir la debilidad del adversario. ¿O, simplemente, le había faltado valor? ¿No se había atrevido a tratar sin contemplaciones a aquel fantasma, tal como se merecía?»«No; era algo peor. No había querido imaginar que el adversario fuera tan malo. Y, lo que era todavía más triste, casi hasta el final no había querido creer que él pudiera medirse con el desconocido, cuya autosuficiencia, genialidad y juvenil ímpetu le parecían imposibles de superar. Por eso había jugado con tanta precaución. Y, por si fuera poco, Jean tenía que reconocer que él había admirado al desconocido tanto como los otros y había deseado que el otro le ganara, que le infligiera la sonada derrota que desde hacía años estaba cansado de esperar, que lo derrotara al fin, para verse libre de la carga de ser el campeón y tener que vencer a todo el mundo, para que los detestables mirones, ese hatajo de envidiosos, estuvieran contentos y él pudiera tener tranquilidad...».
«Pero había vuelto a ganar, naturalmente. Y esta victoria era la más amarga de su vida, porque, para evitarla, durante toda la partida había conspirado contra sí mismo, se había rebajado, había rendido armas al fulero más lastimoso del mundo».«Jean, el matador local, no era dado a elucubraciones morales. Pero, mientras se encaminaba a casa con el tablero debajo del brazo y la caja de las figuras en la mano, una cosa tenía clara: que hoy, en realidad, había sufrido una derrota, y una derrota terrible y definitiva, porque no había posibilidad de revancha y porque ni la mayor de las victorias podía compensarla. Por ello, decidió —pese a que tampoco era hombre de grandes decisiones—, decidió no volver a jugar nunca al ajedrez».
«En adelante jugaría, como todos los jubilados, a la petanca, que es un juego inofensivo y amigable, con mucha menos carga psicológica».
FICHA TÉCNICA
PATRICK SÜSKIND
UN COMBATE Y OTROS RELATOS
SEIX BARRAL. BARCELONA, 1996.
TRADUCCIÓN DE ANA Mª DE LA FUENTE.
1ª EDICIÓN
DREI GESCHICHTEN UND EINE BETRACHTUNG
DIÓGENES VERLAG AG. ZURICH, 1995
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