Hace algún tiempo trajimos a Artedrez dos poemas de Primo Levi titulados Ajedrez y Ajedrez II que habían sido publicados en el volumen Ad ora incerta (Garzanti. Milán, 1984. Editado en España como "A una hora incierta". La poesía, señor hidalgo. Barcelona, 2005). Levi publicó al año siguiente L'altrui mestiere (Einaudi. Turín, 1985) un libro que es una recopilación de artículos publicados en la prensa diaria entre 1964 y 1984.
Uno de los artículos compilados se titula "Los ajedrecistas irritables". En él cuenta que Horacio decía que se mantenía a distancia de los poetas, siéndolo él mismo, por su irritabilidad. Levi escribía esto en 1981, cuando Karpov y Korchnoi estaban disputando su match por el campeonato en del mundo en la localidad italiana de Merano. Las noticias que llegaban de allí sugerían que, como lo poetas, los ajedrecistas también eran seres irritables lo que llevó a Levi a preguntarse si había algo en común entre los poetas y los jugadores de ajedrez.
Por supuesto, cualquier partida de ajedrez es una metáfora de la vida, de la inexorabilidad de nuestras decisiones. Sin embargo lo que une a poetas y ajedrecistas es la responsabilidad total que ambos tienen ante sus actos. Su labor se desarrolla en soledad, sin aliados ni intermediarios. Lo mismo ante un verso que ante una combinación, no cabe diluir la responsabilidad en los otros o en la suerte. No valen los pretextos, y los pretextos, nos recuerda Levi, son un poderoso analgésico. Esto se ve agravado por el hecho de que ambos trabajan con el cerebro, y los seres humanos somos más susceptibles a la valoración que los otros hacen del funcionamiento de nuestro cerebro que a la que pudieran hacer del funcionamiento de nuestros riñones, nuestros pulmones o nuestro corazón.
Así pues el ajedrecista y el poeta están desnudos "sin coraza que lo proteja ni vestidos que lo escondan". Y esa desnudez, esa exposición a las inclemencias, irrita la piel indefensa. Pero esa irritabilidad sería un inconveniente a corto plazo que no debería ocultar una ventaja a largo plazo. Por ello termina recomendando su práctica:
Por supuesto, cualquier partida de ajedrez es una metáfora de la vida, de la inexorabilidad de nuestras decisiones. Sin embargo lo que une a poetas y ajedrecistas es la responsabilidad total que ambos tienen ante sus actos. Su labor se desarrolla en soledad, sin aliados ni intermediarios. Lo mismo ante un verso que ante una combinación, no cabe diluir la responsabilidad en los otros o en la suerte. No valen los pretextos, y los pretextos, nos recuerda Levi, son un poderoso analgésico. Esto se ve agravado por el hecho de que ambos trabajan con el cerebro, y los seres humanos somos más susceptibles a la valoración que los otros hacen del funcionamiento de nuestro cerebro que a la que pudieran hacer del funcionamiento de nuestros riñones, nuestros pulmones o nuestro corazón.
Así pues el ajedrecista y el poeta están desnudos "sin coraza que lo proteja ni vestidos que lo escondan". Y esa desnudez, esa exposición a las inclemencias, irrita la piel indefensa. Pero esa irritabilidad sería un inconveniente a corto plazo que no debería ocultar una ventaja a largo plazo. Por ello termina recomendando su práctica:
Sería bueno en definitiva, que todos, y especialmente quien aspira al poder o a la carrera política, aprendieran precozmente a vivir como ajedrecistas, eso es, meditando antes de mover, aun sabiendo que el tiempo concedido para cada movimiento es limitado; recordando que cada movimiento nuestro provoca otro en el adversario, difícil pero no imposible de prever; y pagando por los movimientos equivocados.
FICHA TÉCNICA
PRIMO LEVI
EL OFICIO AJENO
EL ALEPH EDITORES. BARCELONA, 2011
TRADUCCIÓN DE ANTONI VILALTA SECO
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