Por un momento pensó que debería enseñar el juego él mismo, imponer su estudio como una suerte de penitencia, persuadir a sus parroquianos a abandonar las cartas para dedicarse a un pasatiempo más noble. Ya se veía en su homilía dominical hablando de cuanto podía el espíritu elevarse en presencia del ajedrez y como el juego del ajedrez se asemejaba a la vida. ¿No ya sus colores, el blanco y el negro, nos hacen pensar en la eterna lucha entre el bien y el mal? ¿Y no simbolizan sus varias piezas los diferentes papeles que desempeñamos en la vida, del más poderoso al más humilde, del soberano al simple campesino? Y después, cuando el juego ha acabado, ¿no salen las piezas del tablero y reposan en una caja, como les pasa a los hombres en la sepultura? Además, en la fatigosa marcha de los peones, ¿no hay una espléndida metáfora del ascenso espiritual, en el que la octava fila del tablero representa la muerte y el premio final? Sí, el juego del ajedrez merece toda la dedicación y empeño posible. ¿Qué otra cosa es si no una forma de oración?
Pese a que Maurensig dice en la introducción que el papel desempeñado por Daniel Harrwitz en la novela es totalmente imaginario, se nota que el novelista hizo un buen trabajo de documentación.
Toc, toc. ¿Hay alguien en casa? Jaque mate.
También queda clara en el libro la costumbre de la época de conceder ventaja (bien de material, bien de tiempos) a los rivales más débiles para equilibrar la fuerzas. En este caso, recurriendo a una anécdota que yo siempre he oído referida a Alexander Alekhine (1892-1946), el cuarto campeón del mundo de ajedrez.
—Permítame, reverendo, cederle jugar con las blancas. Y, además de la ventaja de la salida, darle también un peón.
—Escuche... si ni siquiera me conoce.
—Por eso mismo, porque su nombre no me dice nada, creo que debo concederle ventaja.
—Pero yo tampoco he oído hablar nunca de usted.
—En ese caso, creo que debería darle además un caballo.
Y también está acreditada su habilidad en el juego a la ciega. Lo que probablemente sea fruto de la imaginación de Maurensig sea el rechazo al ajedrez experimentado por el maestro alemán al final de su vida. Aunque es verdad lo que dice el texto:
La tumba de Daniel Harrwitz se encuentra en el cementerio judío de Bolzano. Una columna truncada, rodeada de de una baja reja de hierro. No hay en ella ninguna referencia al ajedrez.
Extraña omisión para un grande del juego.
Tumba de Daniel Harrwitz en el cementerio judío de Bolzano |
Aquí descansa nuestro buen hermano y tío Profesor D. Harrwitz. Nacido en Breslau el 22 del 2 de 1821 Muerto en Bolzano el 2 del 1 de 1884 |
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