miércoles, 14 de febrero de 2018

HYPNEROTOMACHIA POLIPHILI

La Hypnerotomachia Poliphili, en español «La lucha de amor en sueños de Polífilo» o, simplemente, «El sueño de Polífilo», es uno de los más intrigantes libros que se han escrito y, para algunos, el incunable (aquellos libros impresos antes de 1500) más bello jamás editado. Lo imprimió el humanista italiano Aldo Manuzio en Venecia en 1499 y fue sufragado por Leonardo Grassi. Y esto es de lo poco seguro que sabemos sobre este libro. No sabemos quién lo escribió; no sabemos quién dibujó las hermosas xilografías que lo adornan; apenas sabemos qué significa o qué quiso decir su autor; tampoco qué motivos llevaron a su mecenas a dar a la luz un libro como este. 

Si componemos un acróstico con la primera letra de cada uno de sus capítulos aparece la frase POLIAM FRATER FRANCISCVS COLVMNA PERAMAVIT (el hermano Francesco Colonna ha amado mucho a Polia), a partir de la cual se ha supuesto que la autoría del libro correspondía a un religioso llamado Francesco Colonna. Pero aunque se han localizado varios Colonna contemporáneos a la Hypnerotomachia, no se ha podido relacionar de forma concluyente a ninguno de ellos con el autor del libro.

Tampoco se conoce el nombre del artista encargado de diseñar las 68 xilografías que ilustran el libro. La repercusión de estas ilustraciones ha sido enorme en el transcurso de los siglos y podemos detectar su influencia en sitios tan dispares como el claustro de la catedral de Salamanca o la obra del ilustrador británico Aubrey Beardsley. 

La historia narrada en la Hypnerotomachia viene contada por dos voces distintas, la primera es la del propio Polífilo quien,  contando sueños que se van desarrollando dentro de otros sueños, declara su amor por Polia. La segunda voz, la de la propia Polia, narra desde su punto de vista su relación con Polífilo. Retoma posteriormente el hilo Polífilo para contar que después de muchas peripecias Venus ha bendecido su amor y los amantes van a estar juntos por fin. Cuando van a consumar su unión, sin embargo, Polia desaparece y Polífilo despierta.

Todo esto está escrito en un italiano entreverado de latín y griego, con aportes de español y hebreo y hasta algún pasaje escrito en lenguaje jeroglífico, y con un estilo críptico, oscuro y enrevesado, repleto de alusiones a los más distintos saberes: mitología, arquitectura, gastronomía, ciencia, ajedrez (¡oh, sí, ajedrez!), danza, liturgia, epigrafía... Examinar las múltiples interpretaciones, algunas francamente contradictorias, que ha generado el libro rebasaría con mucho la capacidad del autor y las dimensiones razonables que debe tener este post.

Así que, sin más preámbulos, ármese de valor, Lector, y sumérjase en el siguiente pasaje de la obra donde asistirá a un baile que es también una partida de ajedrez.

Ilustración Pepa Acosta

Además de todo lo que hasta aquí he dicho, quiso la reina, para mayor ostentación, mostrar la grandeza y la abundancia del universo en toda clase de excelentes y rarísimas magnificencias, así que, estando todos sentados en nuestros sitios, después de la maravilla del suntuoso banquete, ordenó sin tardanza un juego admirable, digno no solo de verse sino de recordarse eternamente, que además fue un hermoso baile, con el siguiente modo y procedimiento: por la puerta de las cortinas entraron treinta y dos muchachitas, de las que dieciséis estaban vestidas de tejido de oro —ocho de ellas iguales—; a una de las vestidas de oro le fue puesto un manto real y a otra un vestido de reina y estaban acompañadas de dos capitanes de fortaleza, dos muditos o secretarios y dos caballeros. Las otras estaban vestidas de plata y llevaban la misma jefatura. Todas se dispusieron según su oficio, colocándose sobre los cuadrados del pavimento; es decir las dieciséis vestidas de oro en una parte y las dieciséis de plata en la opuesta. Las muchachas músicas empezaron a tocar con consonancia suavísima y entonada melodía tres instrumentos de osada invención y que armonizaban perfectamente. Al tiempo medido por el sonido y según ordenaba el rey, se movían en sus cuadrados las ágiles y saltarinas bailarinas. Haciendo reverencia al rey y a la reina, saltaban con graciosísimas vueltas sobre el otro cuadrado, realizando una agradable inclinación. Cuando la música comenzó de nuevo, el rey de plata mandó a la que estaba delante de la reina que se pusiera enfrente de aquella. Esta, avanzando con los mismo gestos de respeto, hizo el movimiento y se detuvo. Por este orden, según la medida del tiempo musical, se cambiaban así de lugar o bien, permaneciendo en su cuadrado continuamente, bailaban hasta que, tomadas o arrojadas, salían, siempre por mandato del rey. Las ocho que estaban vestidas igual, invertían cada tiempo del sonido en trasladarse a otro cuadrado; no podían retroceder sino por haber saltado inmunes sobre la línea de los cuadrados donde residía el rey, ni avanzar más que diagonalmente.
Un secretario y un caballero atravesaban en cada tiempo tres cuadrados, el secretario diagonalmente, el caballero dos en línea recta y uno transversal, y podían trasladarse por todos los lados. Los custodios de la fortaleza podían traspasar muchos cuadrados en línea recta y libremente, es decir, en un tiempo podían desplazarse tres, cuatro o cinco cuadrados, guardando la medida y apretando el paso. El rey podía situarse sobre cualquier cuadrado no ocupado o indefenso y le estaban vedados los cuadros a los que otros pudieran saltar y, si lo hacía, debía ceder, precediendo una advertencia. La reina, por el contrario, podía moverse por cualquier cuadrado del color donde primero se asentó, aunque lo mejor es que permaneciera siempre al lado de su marido.
Cada vez que los oficiales de uno u otro rey encontraban a uno del contrario sin custodia ni protección le hacían prisionero y, besándose ambas muchachas, el vencido salía fuera. Siguiendo estas reglas, hicieron al mismo tiempo un notabilísimo juego y un elegante baile, danzando y jugando festivamente según la medida del sonido con alegría, solaz y aplauso, quedando vencedora la plata. Esta solemne fiesta duró, entre los encuentros huidas y defensas, una hora, y fueron tan armoniosas las evoluciones, reverencias, pausas y modestas inclinaciones, que me invadió tal deleite que pensé, no sin motivos, que había sido llevado a las supremas delicias e inaudita felicidad del Olimpo.
Terminado el primer juego en forma de baile, todas volvieron a su correspondiente cuadrado; y, vueltas a sus lugares ordenadamente, hicieron lo mismo que la primera vez, pero las que tocaban los instrumentos aceleraban el ritmo, de modo que los movimientos y gestos de los bailarines-jugadores eran más rápidos, aunque observaban el tiempo del sonido de un modo tan hábil y con tan apropiada gesticulación y arte, que no cabía pedir más. 

 Muy expertas, las damiselas saltaban, la cabeza coronada 
de olorosas violetas y las abundantes trenzas
acompañando el movimiento, bien sobre los
delicados hombros, ya a las espaldas.
Cuando alguna era aprisionada,
levantaban los brazos y
entrechocaban las palmas de
las manos. Así, jugando y bailando,
volvió a ganar por segunda vez el primer color.

Cuando todos estuvieron distribuidos de nuevo en sus lugares correspondientes para el tercer baile, los músicos apresuraron aún más la medida del tiempo, con un tono y modo frigio tan excitante como nunca supo inventar el propio Marsias de Frigia. En el primer movimiento, el rey vestido de oro hizo correrse a la jovencita que estaba delante de la reina sobre el tercer cuadrado. Por esta causa, comenzó inmediatamente una gran lucha, un torneo delicioso, a una velocidad cada vez mayor. Se inclinaban hasta el suelo, dando luego un salto repentino y dos revoluciones en el aire, una al contrario de la otra, y luego sin interrupción, puesto el pie derecho en el suelo, daban tres vueltas y después cambiaban de pie. Todo esto lo realizaban en un tiempo, tan hábilmente y con tanta agilidad y con profundas inclinaciones, compuestas vueltas, fáciles saltos y hermosos gestos, que nunca se pudo ver ni fue inventada cosa mejor. No se obstaculizaban entre sí, pero quien era apresado, tras haberle dado el raptor al instante un beso dulce como el mosto, salía del juego. Y cuanto menor número quedaba, tanto más graciosa habilidad había en el mutuo engaño. Este orden y modo tan dignos fueron observados por cada uno sin falta, tanto más cuanto mayor era la rapidez de la medida de las sabias y excelentes muchachas y músicas, e incitaba incluso a tales movimientos a todos los que estaban presentes, a causa de la armonía del sonido con el alma, sobre todo porque había aquí sumo y concordante consenso de la buena disposición de los cuerpos. Por esta razón, pensé cálidamente en el poder de Timoteo, habilísimo músico que con su canto había obligado al ejército del gran macedónico  a tomar de nuevo las armas; y luego, bajando la voz y el tono, les había incitado a que, abandonándolas, desistieran todos. En este tercer juego triunfó gloriosamente la muchacha vestida de rey de oro.
Ilustración Pepa Acosta

Este fragmento de la Hypnerotomachia Poliphli contiene una de las primeras referencias claras a una partida de ajedrez viviente. Aunque se atribuye frecuentemente a Carlos Martel la organización de la primera partida de ajedrez viviente, las fechas de su vida (686-741) lo hacen poco probable. Quizá ni siquiera el ajedrez fuera conocido entre los francos en esa época, tanto más si tenemos en cuenta que la mayoría de los historiadores dan por buena la tesis de Levi-Provençal de que la aparición del ajedrez en la Europa occidental se da en la Córdoba omeya en el siglo IX, casi cien años después de la muerte de Carlos Martel.

Aunque en 1499, fecha de publicación del libro, ya habían aparecido diversas obras con  las reglas del ajedrez moderno —el poema Scachs d'amor, (Francí de CastelvíBernart Fenollar y Narcís Vinyoles; Valencia, 1475), probablemente el Llibre dels jochs partits dels schacs en nombre de 100, (Francesch Vicent; Valencia, 1495) y La repetición de amores y arte del ajedrez, (Lucena; Salamanca, 1497)— en el propio libro se sugiere que la Hypnerotomachia fue redactada en 1467 lo que explicaría fácilmente  el porqué sigue esta las reglas del ajedrez medieval. Porque pese a sus graciosos nombres, los movimientos de las piezas que se describen en el texto son los del ajedrez medieval. Sin embargo, en el aspecto ajedrológico queda todo por hacer: identificar las posibles fuentes de la escena e investigar la verosimilitud histórica de las partidas vivientes, rastrear la etimología de los nombres de las piezas —en el original italiano son así: equites (caballero), el actual caballo. Secretario o taciturnulo (secretario o mudito), el alfil. El custodio de la roccha, o del arce, (los capitanes de la fortaleza), las torres. El rey y la reina, sin embargo, mantienen sus nombres y los peones no reciben nombre alguno en el texto— y, por supuesto, intentar aclarar su posible significado.

La influencia de este pasaje puede detectarse en algunos textos en los que el ajedrez forma parte de la trama. Por ejemplo, en la nomenclatura de las piezas del Scacchia Ludus, de Marco Girolamo Vida, y, sobre todo, en el baile ajedrecístico del último libro del Gargantúa y Pantagruel de Rabelais.

FICHA TÉCNICA
FRANCESCO COLONNA
EL SUEÑO DE POLÍFILO
ACANTILADO. BARCELONA, 1999
EDICIÓN Y TRADUCCIÓN DE PILAR PEDRAZA


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