Como hoy es mi cumpleaños, aprovecho la efeméride para introducir una anécdota personal en el blog. Es totalmente verídica y pasó en la madrugada del 30 de diciembre del ya pasado año de 2020.
No suelo soñar con el ajedrez o, mejor dicho, no suelo recordar mis sueños. Algunos sí, claro. Pero la mayoría no. Si acaso los retengo unos segundos al despertar, pero en seguida se desvanecen al entrar en el estado de vigilia y al cabo de unos segundos no queda huella de ellos en mi memoria. Por eso el que les voy a contar resultó tan sorprendente.
Dentro sueño:
Estamos en un paquebote que surca el mar. A bordo viaja un Gran Maestro de ajedrez. De alguna forma trabo contacto con él y al momento estamos jugando. Se trataba del ucraniano Oleg Romanishin. Bueno, realmente era Adrian Mihalchishin, también ucraniano, pero con la apariencia de Romanishin (No me pregunten. Era Mihalchisin, lo sé. ¿Qué quieren que les diga? Así son los sueños).
Inesperadamente, la cosa empieza a irme muy bien y obtengo ventaja. La partida se va prolongando y mi rival se defiende con la pericia esperable en un jugador profesional. Aún así, la ventaja es clara y siento que voy a ganar. Experimento todos los anhelos y los miedos de una partida real.
Cuando por fin pienso que ya está hecho, que voy a ganar el material suficiente para que el triunfo no se me pueda escapar, el maestro hace una jugada inesperada para mí y, después de una breve reflexión, tengo que abandonar, con la lógica decepción, porque o recibo mate o pierdo una cantidad de material incompatible con la vida ajedrecística.
Después de agradecerle efusivamente que hubiera aceptado jugar contra mí, un humilde aficionado, nos fuimos, como si fuéramos amigos de toda la vida, a tomar unas copas en el bar del transatlántico.
Fin del sueño.
Nada de particular, un sueño que incluso podemos llamar «realista». Nada que ver con las fantasías delirantes de otro tipo de sueños. Sin embargo, una vez despierto, seguía teniéndolo muy presente. Y, lo que es más sorprendente, recordaba perfectamente la combinación que se había dado en la partida.
Medio dormido aún cogí un tablerito magnético que tengo en la mesilla de noche para apuntarla antes de que se me olvidara, pero creyendo que al verla en el tablero me daría cuenta de que era una posición absurda, imposible o ilegal. Para mi sorpresa, la posición tenía pleno sentido ajedrecístico y las razones de mi abandono estaban totalmente justificadas según las líneas que había analizado en el sueño.
La posición es la siguiente (puede que alguna pieza esté bailada, no estoy seguro de los peones negros del flanco de dama ni de las piezas blancas del flanco de rey) pero lo esencial de la combinación es lo que «vi» en el sueño):
le deseo un muy feliz cumpleaños.
ResponderEliminarmi experiencia personal en cuanto a soñar con sólo jugar ajedrez y/o ganarlo, es que me va a ir muy bien durante el transcurrir del día.
saludos.