Hoy ha venido a mi casa, la próxima vez iré yo a la suya; y cuando no tiene ganas de construir frases conmigo, saca su tablero de ajedrez o el mío, en su apartamento o en el mío, y me obliga a jugar.
Pese a que Iván juega mucho mejor que la mujer —casi siempre gana, aunque algunas veces ayuda a la mujer a hacer tablas— no deja de recurrir a una cháchara despectiva para con su rival acusándola, incluso, de utilizar su físico como arma. Algo que lamentablemente seguimos escuchando hoy en día de vez en cuando a algunos jugadores.
Ah, y ahora la señorita descerebrada, de cabeza vacía, quiere distraerme, pero ya conozco la treta, el vestido que resbala por el hombro, ya no lo miro, piensa en tu alfil, hace ya media hora que estás exhibiendo las piernas hasta más arriba de las rodillas...
Empezamos una partida de ajedrez y así no tenemos que hablar, la partida se alarga, se complica, se estanca, no avanzamos, Iván ataca, yo estoy a la defensiva.
Según avanza la novela, preludio de la soledad, la mujer termina jugando sola:
Estoy sola en casa. Malina se está haciendo esperar mucho, estoy sentada con el AJEDREZ PARA PRINCIPIANTES frente al tablero y juego una partida. Frente a mí no hay nadie, me cambio todo el tiempo de sitio, Malina no podrá decir que esta vez voy a perder, pues al final pierdo y gano simultáneamente.
Pronto se hace patente la inutilidad de sus esfuerzos, su fracaso. Como le había dicho a su amante durante uno de sus encuentros:
...prefiero decirle enseguida que abandono, que para mí la partida está perdida.
Al final, la mujer desaparece en una grieta. «Ha sido un crimen» es la última frase de la novela.
Probablemente.
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