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miércoles, 16 de noviembre de 2022

EL HOMBRE QUE MIRABA PASAR LOS TRENES

El hombre que miraba pasar los trenes es una de las llamadas novelas «duras» de Georges Simenon. Cuando la publicó —1938— ya había alcanzado primero la fortuna y luego fortuna y fama escribiendo. Primero, novelas populares escritas a un tanto la palabra (solo su asombrosa prolificidad le permitió ganar dinero con esa fórmula), luego su mundialmente reconocida serie de novelas policiacas protagonizadas por el comisario Maigret. Con todo, para Simenon, estas novelas duras fueron lo más importante de su producción.

El hombre que miraba pasar los trenes es una obra compleja. La mayoría de los comentaristas se refiere a ella como una «novela sicológica». Y si por ello se refieren a la profunda introspección que su protagonista realiza, estaríamos en lo cierto.

Pero nos parece que es algo más. El análisis de los medios de comunicación, con su necesidad de atraer al público a costa de la verdad; el París nocturno, con sus brasseries, bistrós y guinguettes; las fiestas populares; incluso el mundo de la prostitución y el hampa tienen cabida en libro.

Sin embargo, es la personalidad de su protagonista, Kees Popinga, la que llena completamente la acción. Popinga es un perfecto burgués. Encargado de una empresa de suministros navales, lleva una vida intachable: honrado, hogareño, buen padre, buen empleado. Apenas una noche a la semana, se acerca al club de ajedrez a jugar unas partidas. Una actividad tan respetable como el propio protagonista.

Solo pasar ante algunos de esos establecimientos contrarios a las buenas costumbres y ver partir a los trenes que marchan hacia destinos ignotos y lejanos turban su ánimo y plantean una duda sobre su intachable fachada.

La ordenada vida de Kees Popinga salta por los aires cuando el dueño de su empresa le revela que abandona trabajo y familia. Que ha desfalcado los fondos de la empresa y huye con amante y dinero a otro país, dejándolo todo atrás.

La huida del dueño significa la ruina de Popinga. Sin trabajo, sin poder hacer frente a la hipoteca que pesa sobre us hogar, con un alto nivel de vida: buena casa, buena ropa, buen colegio para sus hijos, Popinga entra en crisis. Huye a París e intenta ocupar simbólicamente el lugar de su jefe, seduciendo a su amante. Y cuando esta se ríe de su pretensión, él la mata. Popinga es ahora un prófugo.

Todo lo que antecede es apenas el prólogo de la novela. El resto es el desesperado intento de Popinga por definirse a sí mismo, por medirse con la imagen que los medios de comunicación dan de él. Por saber quién es realmente. Si el anterior honrado comerciante, o el desalmado criminal de ahora.

La huida de Popinga por París se estructura como un duelo entre el jefe de la policía (un antiguo ayudante del comisario Maigret, el ahora inspector Lucas) y él mismo y en varios momentos lo define como una partida de ajedrez. Pese a todos los intentos de no dejar pistas que lleven a su detención, Kees no se ha logrado desprender del todo de las costumbres burguesas. Y siempre que puede busca algún café donde se juegue al ajedrez.

Con relación al juego hay una anécdota jugosa en el libro que da idea de cómo es Popinga. Un día, en su club de ajedrez, en un ataque de fanfarronería se jactó de poder derrotar a un contrincante ofreciéndole ventaja de material, pero perdió. Como su adversario jugaba con su propio tablero y sus propias piezas, fabricados en materiales nobles  y de magnífica factura, Popinga descargó su frustración distrayendo una pieza del tablero y metiéndola en una jarra de cerveza negra que había sobre la mesa. Cuando rememora la escena, se regocija de que la pieza nunca fuera encontrada por su propietario.

Como ya sabemos la historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa. Años después, frente al sicólogo forense que intentaba comprender la personalidad de Popinga. Al recordar la anécdota, quiere repetirla. Pero la taza de café donde intenta esconder la pieza no es lo suficientemente alta como para ocultarla del todo y queda burdamente al descubierto. Casi podríamos decir, que ello sella su derrota final.

De todas las ediciones que hemos visto de la novela, solo una —la de la colección Folio de Gallimard, editada en 1980— tiene un motivo ajedrecístico en su cubierta. ¡Y muy bien traído, por cierto! Una dama blanca estilo Régence cerca de una taza de café y una copa de cerveza. Como en la anécdota que protagoniza Kees Popinga en la novela.




FICHA TÉCNICA
GEORGES SIMENON
EL HOMBRE QUE MIRABA PASAR LOS TRENES
TUSQUETS. BARCELONA, 1997
TRADUCCION DE EMMA CALATAYUD

1ª EDICIÓN 
L'HOMME QUI REGARDAIT PASSER LES TRAINS
GALLIMARD. PARIS, 1938




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