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miércoles, 11 de septiembre de 2024

EL COMISARIO LAURENZI

Daniel Hernández, el protagonista de Variaciones en rojo —el primer libro publicado por Rodolfo Walsh— corrector de pruebas de una editorial e investigador privado aficionado vuelve a aparecer en la literatura del escritor argentino en una serie de cuentos escritos entre 1956 y 1964 en varias revistas literarias. Aquí es el amigo escritor de un comisario jubilado, el comisario Laurenzi.

Estos amigos se reúnen «en el café de costumbre, en la mesa de siempre», donde el comisario consume un café, que indefectiblemente se le queda frío en medio de sus disertaciones, y una grapa doble que bebe ceremoniosamente mientras fuma tabaco negro. Luego descubrimos que el café se llama Rivadavia, que se ven casi todas las noches, y que el comisario prefiere jugar al casín (una modalidad de billar) y el narrador al ajedrez.

Ilustración de Xulio Formoso que acompañaba a un artículo de Jesús Cabaleiro Larrán publicado en periodistas en español.com en 2017.

Dos de los relatos tienen temática artedrecística.

El segundo, publicado por primera vez en la revista Vea y Lea 4 de septiembre de 1961, se titula Trasposición de jugadas. Dejaremos el primero de ellos, Zugwang, por su mayor complejidad para otro día.

Las primeras líneas del cuento son estas:

—Abandone —sugirió el comisario Laurenzi.

—Todavía no.

—Está perdido

—Teóricamente —repuse—. Pero lo importante es saber si usted puede ganarme. Fíjese, yo no estoy jugando contra la teoría, estoy jugando contra usted. Ese es el encanto de las partidas de café.

Me miró con rencor y movió el caballo. Después no habló durante un largo rato. No era un final de problema, era simplemente un final difícil. El caballo debía realizar un complejo movimiento de lanzadera, avanzando y retrocediendo a lo largo de una línea imaginaria que cortaba la retirada de mi rey. Debo decir que, salvo una trasposición de movimientos que pudo enmendar a tiempo pero que le produjo una inexplicable irritación, el comisario condujo el final con exactitud.

Abandoné tres jugadas antes del mate inevitable, cuando ya el comisario había cambiado de cara y afectaba mover las piezas con sobradora distracción.

Cuando el narrador le pregunta a Laurenzi el porqué de su irritación ante la trasposición de jugadas, el comisario le cuenta una historia. Todos los cuentos de esta serie comienzan igual: un hecho fortuito, una palabra, una asociación de ideas, despiertan la memoria de Laurenzi.

Recordemos que en ajedrez una «trasposición de jugadas» significa que una posición puede ser alcanzada por varios caminos distintos. Muchas veces resulta indiferente el camino elegido, pero otras puede ser un grave error al permitir una jugada que por la otra vía sería imposible.

El caso al que se enfrentó Laurenzi debía ser resuelto como el célebre acertijo del lobo, la cabra y la col (acertijo de venerable antigüedad que se remonta al siglo VIII y que aparece por primera vez en la obra de Alcuino de York). Aunque es bien conocido,  resumimos aquí su enunciado: un campesino compra en el mercado un lobo, una cabra y una col. En su camino de regreso a casa tiene que cruzar un río. Tiene una canoa, pero en esta solo hay sitio para él mismo y una y solo una de las cosas que ha comprado. Pero, claro, si deja solos al lobo y a la cabra aquel se comerá a esta; y si deja a la cabra y a la col, será la cabra la que se coma a la col. Así que tiene que ir pasando las cosas de una en una y cuidando siempre de no dejar al carnívoro con el herbívoro ni a este con el vegetal. 

Laurenzi se encuentra con una situación similar a la del cuento en la vida real. Después de un episodio violento en una apartada estancia, tiene que transportar a los protagonistas del asunto a la comisaría. Para ello tienen que cruzar un río, pero la canoa de la que dispone solo permite que vaya una persona además de él. Un carnívoro, un herbívoro y un vegetal. ¿Pero cuál es cuál? ¡Cualquier trasposición de jugadas podría ser fatal!

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