Aclamado por la adaptación televisiva de de su novela Queen's Gambit (Gambito de dama, 1983), como antes lo había sido por las cinematográficas de The Hustler (El buscavidas, 1959), llevada al cine en 1961 por Robert Rossen, y The Color of Money (El color del dinero, 1984), en este caso adaptada por Martin Scorsese en 1986, Sinsonte es una distopía de Walter Tevis (1928-1984) publicada en 1980 que, al no contar con adaptación ninguna que sepamos, es menos conocida que las precedentes, aunque muy bien valorada por los aficionados al género de la ciencia ficción.
Estamos en en el siglo XXV, en una sociedad gobernada por robots melancólicos que ansían la muerte, pero no pueden alcanzarla porque están programados en contra del suicidio, con una humanidad iletrada e indiferente que sobrevive adormecida por las drogas, la televisión y una educación basada en el solipsismo y el desinterés por los demás. Por supuesto, nadie es feliz y los hombres, a diferencia de los robots, sí se suicidan de forma masiva y continuada.
Se dice que Tevis concibió su novela al constatar el creciente desinterés de sus alumnos por la lectura y se planteó un futuro en el que el género humano ha perdido la capacidad de leer y escribir y las consecuencias que de este hecho se derivarían.
Las distopías son más estremecedoras cuanto más se parecen al mundo real. Y este mundo de aislamiento y soledad, de consumo masivo de drogas y programas alienantes de televisión y en el que, al contrario que en otras distopías célebres como 1984 o Un mundo feliz, el poder no parece tener que recurrir a la represión para mantener a raya a unos ciudadanos que parecen aceptar como inevitable lo que pasa, se parece demasiado al nuestro como para no experimentar un desasosegante vértigo
Sin embargo, un hecho extraordinario va a romper el curso de los acontecimientos. Un hombre descubre accidentalmente un curso audiovisual para enseñar a leer. Y aprende. El acceso a los libros, que habían sido apartados de la vida cotidiana, pero no destruidos, genera una auténtica conmoción dentro de él.
Lo curioso es que la búsqueda intensiva de libros le llevan a hallar una colección de libros de ajedrez. Es de comprender el estupor que le invadió cuando intentó leerlos.
Miré la portada. La ilustración que aparecía —en amarillo y azul desvaídos— no tenía sentido. Era una trama de cuadros, unos oscuros y otros claros y encima de alguno de ellos había unas figuritas extrañas. Se titulaba Mates básicos de ajedrez, y el autor era Reuben Fine.
Es de resaltar que el traductor del libro ha cambiado el título que se menciona en la edición original inglesa, Basic Chess Endings, publicado por Reuben Fine en 1941 (edición en español Finales básicos de ajedrez. Sopena. Buenos Aires, 1955), por uno similar pero que no corresponde a ningún libro que yo conozca de Fine.
Saqué uno de la estantería. La portada mostraba una versión diferente de la misma trama de cuadrados; se titulaba: Paul Morphy y la edad dorada del ajedrez. Dentro también había esquemas como los del otro libro, pero mayor cantidad de texto.
Yo lo sostenía abierto, intentando adivinar qué podía significar la palabra «ajedrez», cuando Mary Lou habló.
—¿Qué se hace exactamente con un libro?
—Lo lees.
—Ah —dijo ella.
El otro libro mencionado en el texto es el clásico de William Ewart Napier sobre Morphy, publicado póstumamente en 1957.
Defensa cerrada de la cultura como elemento fundamental de la condición humana, nos recuerda Tevis en esta novela que leer un libro es, más que nunca, un acto revolucionario.
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