Supongo que la mayoría de los ajedrecistas han leído o al menos conocen el argumento de la Novela de ajedrez de Stefan Zweig. Sí es así, pueden saltarse los dos primeros párrafos de esta nota tranquilamente. Si no lo es, resumo de forma muy rápida y tosca el argumento de la novela.
Viena, 1938. Los alemanes se anexionan Austria. El dr. B., un aristocrático notario, es el único que conoce la clave que da acceso a las fortunas de sus clientes, algo que los nazis codician. Para lograr que hable recurren a un medio más sofisticado que la violencia física, la violencia sicológica. Encierran a B. en un cuartucho de hotel en el que apenas hay un jergón y una palangana y las ventanas están cegadas. Sin libros, sin papel, sin radio, sin ninguna distracción. Solo sale de su cuarto para ser interrogado. En una de esas salidas logra apoderarse de un libro. Su ilusión por los placeres que encontrar en la lectura se desvanece cuando descubre que es un libro de ajedrez. Sin embargo, logra aprender el juego y en un tablero fabricado artesanalmente empieza a jugar constantemente. Es descubierto y privado del libro y de los útiles para jugar, pero da lo mismo, para ese entonces ya es capaz de visualizar el tablero en su cabeza. Así empieza un proceso sin fin de análisis ajedrecístico que solo se interrumpe cuando Viena es liberada por los aliados. Desecho por la tortura, decide emigrar a los Estados Unidos en un transatlántico. A bordo viaja el campeón del mundo de ajedrez, Mirko Czentovic. Desde ese momento, los dos hombres están condenados a encontrarse frente a un tablero de ajedrez.
El problema de las adaptaciones, más allá del tópico que quiere que segundas partes nunca sean buenas, es que inevitablemente se ven confrontadas con la obra que les sirvió de inspiración. Si la obra original es buena, esa confrontación puede ser desastrosa.
Este es el caso de Schachnovelle (Philipp Stölzl, 2021) —basada en la magnífica novela de Stefan Zweig de 1938 (aunque publicada en 1942) de la que hablamos más arriba, y con el precedente de una notable adaptación cinematográfica de 1960 a cargo del director alemán Gerd Oswald—, que no sale bien parada en la comparación.
Si no existiera el libro de Zweig, nos encontraríamos son una película interesante. Una brillante fotografía de Thomas W. Kiennast que logra trasmitir el brillo del alegre mundo de preguerra, donde se mueve el protagonista; que nos angustia durante el proceso de deterioro que la tortura hace en el encantador pero petulante protagonista; y que alcanza una turbadora belleza en las escenas del crucero.
Unas interpretaciones irregulares, sobresaliente la de Oliver Masucci en el papel de B. ofreciendo multitud de matices: como noble, amante y bon vivant; como honradísimo notario al servicio de la fea burguesía; y como hombre torturado y abocado a la locura. No tanto la de Albrecht Schuch en su doble papel de torturador y campeón del mundo de ajedrez. Correcto en el primer caso, aunque le falta algo de «maldad» en la mirada, pero muy mediocre en el caso de Czentovic, al que convierte en una grotesca caricatura (aunque probablemente, la culpa se la tenga que repartir con el guionista y el director, aliados a la hora de componer un personaje imposible).
Y una trama interesante en la que el acento se pone en la integridad de unas personas y la miseria moral de otras. La seducción del mal y la indiferencia ante él.
Por supuesto que es plenamente legítimo partir de una idea ajena para ofrecer unas conclusiones propias, pero en esta película las desviaciones del original no parecen enriquecer la historia. La desaparición del narrador, que da unidad a la novela, solo sirve para hacer más confusa la trama. Y la deliberada ambigüedad, que hace que el espectador no sepa qué es verdad y qué es mentira, al menos hasta el final, puede que dé interés a la película, pero le resta profundidad a la historia. Como la reducción de algunos personajes a una caricatura les resta verosimilitud y humanidad. Quizá Schachnovelle sea a un tiempo una buena película y una mala adaptación de una obra maestra, ustedes juzgarán cuando la vean.