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domingo, 29 de diciembre de 2019

LAS MENTIRAS DE LA NOCHE

En un islote abrasado por el sol meridional se yergue una solitaria  fortaleza convertida en presidio. Dentro, cuatro hombres de credo liberal esperan que se cumpla su sentencia. Quisieron matar al rey absolutista, y deben pagar su fracaso con la vida. En un vano intento de hurtar tiempo a la muerte, velarán toda la noche y, como en el Decamerón, cada uno contará una historia; la historia que más cerca estuviese de dar sentido a sus vidas. Intentan así también apartar de su mente una propuesta envenenada del Gobernador de la prisión. Todos han soportado el potro sin hablar, pero esta tortura es más dolorosa. Deben traicionar a su jefe. Se les pide que de forma anónima escriban en una papeleta el nombre buscado. Por la mañana, si hay cuatro papeletas en blanco, todos morirán. Si en una aparece un nombre, todos se salvarán. Nadie sabrá nunca quién ha sido el traidor.

Este es el hilo argumental de la novela Las mentiras de la noche, la tercera novela de Gesualdo Bufalino, invitado frecuente de estas páginas. La acción transcurre en una Italia donde, después de la restauración de 1814, vuelven a gobernar los borbones. Cronológicamente estamos a mediados de los años treinta del siglo XIX, en los prolegómenos del ciclo revolucionario de 1848. Podemos suponer que el rey contra el que atentaron los detenidos fuera Fernando II de las Dos Sicilias.  Los condenados representan a diversos estamentos sociales: el aristócrata, el poeta, el soldado y el estudiante. La historia que nos interesa es la del aristócrata Corrado Ingafù.

Corrado Ingafù heredó la primogenitura de su familia por media hora, el tiempo que tardó en nacer su hermano gemelo, Secondino. Este hecho le dio el título de barón y la herencia familiar, pero dejó a su hermano las ganas de vivir y la preocupación por los asuntos del mundo. Mientras Corrado sestea entre sus iguales, aquejado de un perpetuo taedium vitae que intenta combatir entregándose a todo tipo de excentricidades, Secondino disfruta de la vida conformándose con poco: «libros de más allá de los Alpes, algún desahogo amoroso, el juego del ajedrez». Por sus relaciones con los liberales se ve obligado a exiliarse a París, donde frecuenta el Café de la Régence.

Harto de su vida mundana, Corrado visita a su hermano en París. Le lleva un mensaje de la oposición al régimen. Debe pedir perdón al rey y volver. Regresar para ayudar a la causa liberal. Una tarde, ambos hermanos asisten a unas simultáneas a la ciega que el gran La Bourdonnais da en el Café de la Régence. Solo Secondino y un capitán de dragones furibundamente realista presentan una digna oposición al considerado entonces como el mejor jugador de ajedrez del mundo. Pronto, partidarios de uno y otro organizarán un encuentro a tres partidas entre los dos para ver quién es el mejor. Habrá una apuesta de por medio, el perdedor debería gritar un «viva» o un «muera» en contra de sus creencias más íntimas, elegido a discreción del ganador.

Las dos primeras partidas se resuelven con una victoria para cada uno. La tercera será, por tanto, decisiva. En un momento dado de la partida, Secondino Ingafù cogió uno de sus peones, lo manchó con la ceniza que había en el cenicero donde el capitán apagaba sus cigarros y dijo:
Con este peón marcado —dijo—, con este plebeyo y sucio peón daré jaque mate a vuestro monarca al cabo de siete jugadas.
Y así pasó. El mate anunciado se produjo en el tablero. Secondino había ganado la partida. Pero el dragón recurrió. Adujo que Secondino había tocado el peón para cubrirlo de ceniza, pero no lo había movido a continuación. Habría pues realizado un movimiento ilegal por lo que reclamaba para sí la victoria. Sometida la cuestión al arbitrio de La Bourdonnais, este replicó que la reclamación debió hacerse en el instante de la infracción, no al final de la partida. Y con la autoridad que todo el mundo le concedía exclamó: «ego locutus, causa finita».

Secondino había ganado, pero liberó a su rival de la vergüenza de gritar en contra de sus principios. Sin embargo, el capitán de dragones no quedó satisfecho y, deliberadamente, ofendió a Secondino para provocar un duelo. Un duelo entre un intelectual y un militar ofrece pocas dudas sobre su resultado. Y este no fue una sorpresa. Sin embargo, Corrado Ingafù, dijo a sus compañeros de condena mientras esperaban su ejecución, que cuando su hermano murió algo pasó en su interior. Como si el alma de su hermano hubiera entrado en la suya. En ese mismo instante, el vano aristócrata decidió abrazar la causa revolucionaria y luchar por los ideales de su hermano.


La imagen que presentamos no se corresponde con lo narrado en la novela, donde el duelo es a pistola, pero es la única imagen de un duelo vinculado al ajedrez que conozco. Espero que me perdonen la licencia.

El grabado es obra del norteamericano John Beaufeain Irving (1825-1877) y está fechado en 1876, es por tanto solo un poco posterior a los hechos narrados en Las mentiras de la noche. Su título es tan inequívoco como inquietante: El final del juego.

Gesualdo Bufalino en ARTEDREZ

FICHA TÉCNICA
GESUALDO BUFALINO
LE MENZOGNE DE LA NOTTE
BOMPIANI. MILANO, 1988

LAS MENTIRAS DE LA NOCHE
ANAGRAMA. BARCELONA, 1989
TRADUCCIÓN DE JOAQUÍN JORDÁ

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