domingo, 7 de agosto de 2022

EL CASO DE LOS CRÍMENES DEL ALFIL

En 1923, el crítico de arte y editor de revistas culturales Willard Huntington Wright (1888-1939) padeció un colapso nervioso que lo tuvo postrado cerca de dos años. Sus comienzos, después de algunos proyectos empresariales fallidos y unos pocos trabajos de subsistencia, habían sido en el campo de la crítica literaria. Pronto se hizo famoso por la mordacidad de su pluma y sus opiniones irreverentes, que le convirtieron de la noche a la mañana en el enfant terrible de la Costa Oeste.

Sin embargo, su prestigio se cimentó sobre todo en el campo de la crítica de arte, en el que se relacionó con los círculos más vanguardistas de Nueva York. Escribió sobre artistas en aquel entonces poco conocidos y valorados, como Cézanne, sobre Filosofía del Arte y Estética, campo en el que sus ideas influyeron de forma notable en creadores tan dispares como Georgia O'Keeffe o William Faulkner. Además, impulsó a los artistas más avanzados de su tiempo, algunos de los cuales fueron decisivos en el traspaso de poderes entre París y Nueva York como centro mundial del Arte.

El campo de sus intereses fue muy amplio: lo mismo escribía sobre Poe que sobre Nietzsche. Fue germanófilo durante la I Guerra Mundial, y a poco estuvo de dar con sus huesos en la cárcel en un surrealista episodio en el que fue acusado de espionaje a favor de las Potencias Centrales.

También fueron amplios sus intereses en el campo de la experimentación con psicotrópicos. En su botiquín podía encontrarse morfina, cocaína, opio, marihuana o hachís. El poco rendimiento económico que suele dar la crítica de arte de vanguardia y los muchos gastos derivados de sus investigaciones en el campo de las sustancias psicoactivas le llevaron a vivir en condiciones precarias a pesar de trabajar sin descanso. De ello no podía salir nada bueno. Y así fue. Como decíamos al principio, Wright padeció una severa crisis nerviosa.

El doctor que lo trató recomendó descanso absoluto, nada de preocupaciones, y le prohibió absolutamente leer o escribir sobre temas abstrusos. Solo ante la insistencia de Wright le permitió leer algo de literatura ligera. Paradójicamente, al principio de su carrera como crítico literario, Wright había reservado sus dardos más acerados para la literatura ligera, con especial animadversión hacía la novela policiaca.

Aquí entra en juego Norbet Lederer, un hombre de negocios, promotor ajedrecístico y poseedor de una enorme biblioteca particular de novela policiaca. Lederer le anima a probar suerte en el género y le permite hacer uso de sus libros durante su convalecencia. Wright así lo hizo. Cuenta la leyenda que en los dos años siguientes, el paciente leyó dos mil obras de misterio, crímenes o policiacas (quizá una ligera exageración) y pensó que él podía hacerlo mejor.

Sobrecubierta de una edición norteamericana de The Bishop Murder Case

En 1925 ya estaba manos a la obra, elige un nombre de guerra, S. S. van Dine, y en 1926 publica The Benson Murder Case (El caso del asesinato de Benson), la primera novela en la que aparece el detective Philo Vance. El éxito fue inmediato y abrumador. Tres novelas más tarde, el colapsado crítico de arte era multimillonario. 

Como hemos dicho, las novelas de S. S. van Dine están protagonizadas por Philo Vance. Este es un sofisticado millonario; culto, refinado y pedante hasta pedir socorro; de aguda inteligencia y razonamiento lógico y científico. Vance es un diletante que solo trabaja de detective por afición, por satisfacer su curiosidad intelectual, por superar un reto. Sus casos son creaciones intelectuales en los que no tiene peso alguno el análisis de las causas sociales del delito ni la sicología de de los personajes que los cometen. Son asesinatos concebidos como un juego, como un pulso entre el criminal y el detective, que suele ir acompañado por un elenco de tontos que subrayan con su ineptitud la inteligencia de aquel (el propio Van Dine milita en este bando como personaje en calidad de narrador y ayudante de Vance).

El despliegue de conocimientos exhibido por Philo Vance en sus novelas es tal que hasta el más encallecido de los lectores termina sintiéndose apabullado. Ciñéndonos solo a la novela que nos va a ocupar, Vance diserta sobre clásicos greco-latinos, como Jenofonte, Terencio o Menandro (a quién el detective está traduciendo directamente del original griego); de arte contemporáneo francés; de ópera moderna; de la literatura de Ibsen; de matemáticas; de física (con especial atención a la mecánica de los cuerpos celestes y a la relatividad); de sicología... Sin olvidarnos de la filosofía, con gotas de Schopenhauer o Bertrand Rusell. La lista de científicos citados en el libro con referencia a alguna de sus obras es del tamaño de la guía de teléfonos de una ciudad mediana. ¡¡Y además de todo eso habla, y mucho, de ajedrez!!

Nos referimos a la cuarta novela de Philo Vance, publicada en 1929, The Bishop Murder Case. En España, bishop se ha traducido siempre, en el caso que nos ocupa, como «obispo». Ni siquiera la última edición publicada (El caso de los asesinatos del obispo. Reino de Cordelia. Madrid, 2020), que es la que he manejado para esta breve nota, se ha atrevido a titularla, como quiere la trama, «los asesinatos del alfil». Supongo que ha prevalecido la tradición frente a la exactitud. Porque, por mucho que quiera la tradición, el asesino de esta novela tiene como firma inequívoca un alfil. Negro, para más señas. Además, la anfibología que presenta el término inglés bishop (pieza de ajedrez o dignidad eclesiástica) solo se mantiene unas páginas.

Un alfil negro, la firma del asesino

La trama argumental de El caso de los asesinatos del obispo se articula en torno a una familia neoyorquina, los Dillard, y su entorno. Los Dillard se mueven en un círculo muy reducido, un ambiente muy intelectualizado, con profesores de universidad, científicos y ajedrecistas entre ellos. La tranquilidad de este grupo se rompe por una serie de asesinatos que parecen seguir el hilo argumental de una colección de canciones infantiles: Las canciones de mamá Oca. Y como hemos dicho, el asesino deja un alfil negro como firma.

Varios personajes de la novela tienen una estrecha vinculación con el ajedrez. El primero es John Pardee. Vecino y visitante asiduo de la mansión de los Dillard, Pardee es descrito como un multimillonario ocioso cuyo único interés en la vida es el ajedrez. El personaje de Pardee es un remedo del magnate Isaac L. Rice, del que hablamos aquí. Al igual que Rice, Pardee había ideado un gambito. E igualmente, su mucho dinero había conseguido que fuera una apertura obligatoria en los torneos en los que participaba y que a la vez patrocinaba. Pero en sus enfrentamientos con los grandes de la época —se cita textualmente a Lasker, Capablanca, Rubinstein y Finn— quedó claro que el gambito Pardee era incorrecto. La inclusión en la lista de Finn (un árbitro respetado, pero no uno de los grandes como jugador) debe entenderse como un guiño al publico estadounidenses aficionado al ajedrez.

Pardee, asesinado. El criminal deja su firma

Adolph Drukker es un científico, también vecino de los Dillard, también aficionado al ajedrez. En un momento dado, aporta como coartada que había estado, a la hora de uno de los crímenes, en la biblioteca de la mansión Dillard resolviendo un problema de ajedrez de una revista. En concreto, el final de una partida entre Shapiro y Marshall (no he podido encontrar ninguna partida en las bases de datos que coincida con la descripción que se da en la novela). Resolverlo le llevó media hora, lo que tardó en hallar un movimiento de peón que llevaba a un inevitable zugzwang. De Drukker se dice en la novela que es un excelente analista, pero que tiene un escaso dominio práctico del juego.

Sigurd Arnesson, un matemático casi tan cínico como Philo Vance, también es aficionado al ajedrez, aunque no a los ajedrecistas. Introduce en la trama la noción de idiot savant (sabio idiota) aplicado a los genios del juego: profundos en su ciencia, pero incapaces de realizar las tareas más simples sin ayuda. Previó que el gambito Pardee iba a ser refutado y añade a Tartakower y a Vidmar en la lista de ajedrecistas que lo derrotaron.

El propio Philo Vance demuestra un conocimiento más que adecuado del juego. Conoce personalmente a Edward Lasker. Durante la investigación dedica un día entero a estudiar los análisis que Janowsky y Tarrash dedicaron al gambito Pardee. Y en su intento de establecer un perfil sicológico del asesino menciona a Philidor, Staunton, Morphy, Kieseritzy y Maroczy.

Basil Rathbone, en el rol de Philo Vance, estudiando una posición

Con todo, la parte más interesante de la novela en relación con el ajedrez es la comprobación de una coartada de John Pardee. El millonario aduce que no pudo cometer uno de los crímenes porque en el momento en que se produjo él estaba jugando el aplazamiento de una partida contra Akiba Rubinstein.

El ajedrecista polaco estaba de gira por Estados Unidos y accedió a jugar un encuentro de exhibición a tres partidas contra Pardee. Rubinstein ganó fácilmente la primera, la segunda fue tablas y la tercera se aplazó en una posición que parecía favorable a Pardee. Ni que decir tiene que empatar un match con Akiba Rubinstein hubiera sido un resultado extraordinario para el norteamericano. Así que Pardee se afanó en el análisis de la posición suspendida.

Pardee sudando la gota gorda analizando su partida aplazada contra Rubinstein

Pero Rubinstein había visto muy lejos. Neutralizó el ataque de Pardee y llegó a un final que remató de forma brillante. En la novela se da la posición en la que abandonó Pardee y la continuación que había previsto Rubinstein. La posición es la que vemos en el siguiente diagrama (las negras acaban de jugar 44... c2+), aunque de momento me voy a reservar la solución.

Pardee vs. Rubinstein
Nueva York, 1929
-+                                          (4+5)

La sospecha de Vance era que durante la partida Pardee hubiera podido ausentarse durante el tiempo de reflexión de Rubinstein, cometer el asesinato y regresar al tablero. Para apoyar su idea remarca a sus interlocutores que ausentarse del tablero cuando toca mover al rival es algo habitual y que no suscita ningún interés (¡Qué tiempos aquellos! ¡Ahora te siguen hasta el baño por si se te ocurre consultar un programa de juego en el teléfono!).

Para verificar su hipótesis, Vance visita el Manhattan Chess Club (el club donde Capablanca sufrió el infarto que lo llevó a la muerte, el club donde jugó Bobby Fischer), se hace con las planillas, habla con los árbitros, calcula el tiempo que cada jugador empleó en el total de la partida, cronometra cuánto tiempo se tarde en recorrer la distancia que separa la sala de juego de la escena del crimen y, finalmente, concluye que Pardee dispuso de 45 minutos libres. Tiempo suficiente para cometer el asesinato. Pardee, pues, sigue siendo sospechoso. Al leer esta parte de la novela me preguntaba si Abelardo Castillo pudiera haberse inspirado en esta historia para su magistral relato La cuestión de la dama en el Max Lange

Finalmente, las capacidades deductivas de Philo Vance dan su fruto y en el apoteosis final descubre el nombre del asesino. Aún sin poseer las brillantes dotes del detective americano, cualquier lector hubiera tenido al menos un 50% de posibilidades de acertar el culpable: al final de la novela solo quedaban vivos dos de los personajes sospechosos.

S. S. van Dine había concebido su serie del detective Philo Vance como dos trilogías después de las cuales abandonaría el personaje. Pensaba que ningún personaje de ficción daba para más de seis novelas. Sin embargo, la necesidad de mantener un alto nivel de vida, le llevó a traicionar su intención y la serie se prolongó hasta su muerte, alcanzando una docena de títulos en total. Al final se dio la razón a sí mismo, es una opinión generalizada que sus seis últimas novelas son mucho peores que las seis primeras.

Su éxito le generó sentimientos contradictorios, se acostumbró a llevar una vida acomodada y bastante extravagante. Abandonó las drogas pero para compensarlo comenzó a explorar el mundo del alcohol. Le encantaba ser rico y excéntrico, pero lamentaba que no se le considerara ya un escritor «serio». Todo este proceso mental lo describió en un artículo de 1929 titulado Yo solía ser un intelectual y mírenme ahora.

El juego de ajedrez de Philo Vance 
Como corresponde a un adinerado dandi, es un antiguo juego de hueso y marfil conocido como ajedrez Barleycorn

Vamos a echar un vistazo a la génesis de los aspectos ajedrecísticos de El caso de los asesinatos del obispo. Al tiempo que escribía la primera novela de Philo Vance, S. S. van Dine pidió a Robert Lederer (el amigo que le permitió acceder a su biblioteca de novela negra durante su convalecencia) que le organizara un encuentro con Alexander Alekhine, en aquel entonces a punto de hacerse con el título de Campeón del Mundo de ajedrez. Lederer conocía bien al ruso por haber sido el principal organizador de las simultáneas a la ciega en las que Alekhine batió el récord mundial al enfrentarse a 26 oponentes a la vez en Nueva York, 1924.

Sin duda, Van Dine pretendía que el futuro campeón del mundo le orientara en el tema ajedrecístico que quería introducir en su cuarta novela. Hay una fotografía del encuentro entre Alekhine y Van Dine que se publicó, según el historiador del ajedrez Edward Winter, en el número correspondiente a julio y agosto de 1929 de American Chess Bulletin. Significativamente, Alekhine está mostrando un alfil negro al novelista.

Alekhine y Van Dine en la terraza del Hotel La Reine
Sin fecha, pero podemos aventurar que se tomaría entre 1926 y 1928

Es probable que Van Dine pidiera a Alekhine que le ayudara a buscar alguna posición en la que un alfil negro tuviera una actuación determinante en el desarrollo de una partida. Por motivos argumentales, un alfil debía resultar decisivo. No parece demasiado aventurado pensar que Alekhine recordara un estudio de uno de los grandes compositores rusos, Alekséi Troitski, en el que la fuerza del alfil se manifiesta en todo su esplendor. 

El estudio, publicado en el periódico de San Petersburgo Но́вое вре́мя (Novoye Vremya) en 1895, es el siguiente:

Alekséi Alekséyevich Troitski
Но́вое вре́мя (Novoye Vremya),1895
+-                                          (3+3)

Y en el visor podemos ver la hermosa solución:


Y del estudio de Troitski se deriva la posición que S.S. van Dine da en la novela y que presenta el momento en el que Pardee abandona su partida ante Rubinstein.

Es el momento de ver la solución al problema de la novela.


La traducción adolece de algún fallo menor, por ejemplo llamar «hoja de resultados» a lo que en España se conoce como planilla, la hoja de papel donde se apuntan las jugadas de la partida. Probablemente por seguir literalmente al inglés, idioma en el que se llama score sheet. 

Casi al mismo tiempo que se publicaban las novelas, Hollywood preparaba las versiones cinematográficas. Metro-Goldwyn-Mayer estrenó en 1929, el mismo año de su publicación, la película The Bishop Murder Case (David Burton y Nick Grinde. MGM, 1929), con Basil Rathbone como Philo Vance. La película es bastante fiel a la novela. Algunos fotogramas de la misma nos han servido para ilustrar esta entrada.

Basil Rathbone y los directores David Burton y Nick Grinde en el set de rodaje

FICHA TÉCNICA
S. S. VAN DINE
EL CASO DE LOS ASESINATOS DEL OBISPO 
REINO DE CORDELIA. MADRID, 2020
TRADUCCIÓN DE MARÍA ROBLEDANO

1ª EDICIÓN
THE BISHOP MURDER CASE.
SCRIBNERS. NEW YORK, 1929

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