Gaspar María de Nava Álvarez de Noroña, II Conde de Noroña, fue un militar y escritor español del siglo XVIII. Como militar se las tuvo que ver con los ingleses, durante el sitio de Gibraltar de 1779, y con los franceses, durante la guerra de la independencia. Alcanzó el grado de Teniente General y destacó en algunos hechos de armas llegando a ser Gobernador Militar de Cádiz. En la vida civil fue diplomático en la Confederación Helvética y embajador plenipotenciario en San Petersburgo.
Como escritor fue muy respetado en vida, tanto que fue elegido individuo de la Real Academia, para caer pronto en un olvido que se ha prolongado hasta nuestros días. Dicen los que saben de letras que la poesía del conde sigue los dictados de su época escribiendo poemas anacreónticos, composiciones sencillas que cantan a los placeres de la vida: el vino, las mujeres y el amor. Por ello, algunos estudiosos lo consideran un poeta neoclásico. Pero también que se adelanta a ella al poner en verso castellano un buen número de poesías turcas, persas y árabes que traduce del inglés o del latín y que introdujeron el interés por lo oriental en la literatura española. Por ello, otros estudiosos lo consideran un poeta (pre)romántico.
En 1799 publica una epopeya burlesca en ocho cantos y tres mil quinientos versos, la Quicaida. Cuenta la Quicaida, a la manera de las epopeyas homéricas, la guerra desencadenada entre dos mujeres, Quica y Tirsa, por ser la favorita de los hombres. Quica ocupaba ese puesto hasta que Tirsa, luciendo una rosa en invierno, la desbanca. La lucha por la posesión del rosal capaz de florecer fuera de temporada será el elemento alrededor del cual se centrará la acción. Como en los poemas clásicos, los dioses participan activamente a favor o en contra de las contendientes. Hay metamorfosis, hechos heroicos, sublimes discursos, solemnes juramentos, horribles venganzas. Al final, como moraleja, se criticará que la belleza exterior, la rosa en disputa, sea preferida a la interior.
El lector interesado puede leer el poema aquí.
En el canto séptimo encontramos unos versos que son el motivo por el que el bueno del conde ha sido invitado a estas páginas:
Con la bata volcó (¡Quien lo creyera!)
Un juego de algedrez ya adelantado
Hallábase apremiado
El Rey por un Arfil con furia brava
Que á la mano derecha le enfilaba;
Un caballo saltando
Ardoroso le estaba amenazando;
Y estrechando una Torre poderosa;
Ya la gente de á pie por todos lados
Cercábale animosa;
Ya estaban destrozados
Los fuertes batallones;
Ya no había oficiales, ni pëones;
Ya la Reyna contraria
Viendo la suerte varia
Á su favor, cansada del combate;
Le daba un jaque mate;
Y ya el Rey inclinaba su cabeza
Tanto a su brío como a su belleza:
Ella iba á laurëar su hermosa frente
Quando tal terremoto de repente
El campo de batalla se conmueve
Con el porrazo aleve,
que al pasar le dio Quica con la bata.
La lid se desbarata,
Y se miran postrados juntamente
Regias coronas, y plebeya gente;
Y los soldados de los dos partidos
Mezclados, confundidos,
De suerte que aquel día
Al lado se veía
Del humilde pëon el caballero,
Y del ya vencedor el prisionero.
Los dos, que la batalla dirigiendo
Con el talento, y mano, marcialmente
Se estaban divirtiendo,
Con aquel incidente
Inmóbiles se quedaron de repente.
Noroña recoge en este pasaje un tópico habitual en la literatura: el poder igualador de la muerte simbolizado por las piezas de ajedrez que se juntan, sin importar su jerarquía en el juego, al finalizar la partida. Quizá el lector recuerde un pasaje del Quijote con el mismo tema que publicamos hace tiempo.
FICHA TÉCNICA
CONDE DE NOÑORA
POESÍAS DEL CONDE DE NOÑORA
LA QUICAYDA (CANTO VII)
IMPRENTA DE VEGA Y COMPAÑÍA. MADRID, 1779